HOMILÍA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO EN EL IV DOMINGO DE ADVIENTO 2023
¡Lo quiero con todo el corazón! IV Domingo de Adviento
A pocas horas de la Nochebuena, el Evangelio de hoy, IV Domingo de Adviento, nos trae el conmovedor relato del misterio de la Anunciación-Encarnación (ver Lc 1, 28-36). Desde el saludo angélico, la Virgen comprendió que Dios la había escogido para ser la Madre del Salvador, y que Aquél que nacería de Ella, no era otro sino el mismo Dios. María, desde su memoria de fe, entendió que en Ella se cumplía la profecía de Isaías: “He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emmanuel (Dios-con-nosotros)” (Is 7, 14).
Así se lo anuncia el Arcángel San Gabriel en dos momentos en nuestro relato evangélico de hoy: “El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin” (Lc 1, 32-33)… “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra, por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1, 35).
Mujer fuerte en la fe, María comprende que su Hijo será el Mesías, es decir, Aquel a quien los profetas habían anunciado e Israel esperaba como Salvador (ver Miq 5, 2; Is 7, 14; 35, 4; 49, 6-7; Zac 9,9), y la humanidad como su luz de vida: “Luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2, 32).
Virgen y Madre
De la respuesta del Arcángel a su pregunta, “¿cómo será eso pues no conozco varón? (Lc 1, 34), María comprende que Dios es tan bueno con Ella, que obrará junto con el milagro de la Encarnación del Verbo eterno del Padre, otro prodigio: Que Ella sea al mismo tiempo Virgen y Madre.
Al respecto nos enseña San Juan Pablo II: “La virginidad de María adquiere un valor singular, pues arroja nueva luz sobre el nacimiento y el misterio de la filiación de Jesús, ya que la generación virginal es el signo de que Jesús tiene como padre a Dios mismo. La maternidad virginal, reconocida y proclamada por la fe de los Padres de la Iglesia, nunca jamás podrá separarse de la identidad de Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios, dado que nació de María, la Virgen, como profesamos en el símbolo niceno-constantinopolitano. María es la única virgen que es también madre. La extraordinaria presencia simultánea de estos dos dones en la persona de la joven de Nazaret impulsó a los cristianos a llamar a María sencillamente la Virgen, incluso cuando celebran su maternidad”.[1]
El Espíritu Santo que puso armonía, orden y belleza en la creación ahí donde había caos (ver Gen 1, 2); el Espíritu Divino que dio vida al polvo que es el hombre (ver Gen 2, 7); el Defensor (Paráclito), que nos permite conocer la Verdad (ver Jn 16, 13), es capaz de obrar el milagro de que una mujer, María, sea Virgen y Madre a la vez: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra, por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios… porque ninguna cosa es imposible para Dios” (Lc 1, 35.37).
“Hágase”. ¡Sí Señor, lo quiero con todo el corazón!
Pero, si por un lado nos asombra el amor misericordioso de Dios que busca en María a la persona humana para salvarla, por el otro lado también nos conmueve la respuesta de la Madre, una respuesta nutrida de fe libre, de obediencia consciente y generosa; una respuesta traspasada de prontitud, confianza, y sobre todo de amor: “Dijo María: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38).
A través del Ángel, el Altísimo interpela a la Elegida, a Aquella que es el primer fruto adelantado de la salvación que habrá de llegar. Dios se dirige a la Virgen Inmaculada para invitarla a cooperar con la gran gesta de la reconciliación. Dios–Amor, invita a María, símbolo de la humanidad ansiosa de salvación, a que responda si acepta el Divino Plan para sanar las rupturas que ha producido el pecado y reconciliar al ser humano con su Creador, consigo mismo, con sus hermanos y con la creación. Y Ella, desde su libertad poseída, pronuncia su “Sí”, su “Hágase”, su “Fiat”: ¡Sí Señor, lo quiero con todo el corazón! ¡Qué así sea! ¡Amén!
Santa María es rápida en su respuesta, no deja esperando al Señor. Abraza su vocación con total prontitud, amor y alegría. Toda Ella se abre de par en par para acoger el Divino Plan, consciente que de su respuesta depende la felicidad y la salvación de la humanidad entera. De esta manera la Anunciación se torna Encarnación, y la Encarnación se volverá después en Nacimiento:
“Os anuncio una gran alegría… os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2, 10-12).
Cuando leo el pasaje del Evangelio de hoy, pienso en cuánto se habrá consolado y alegrado el corazón de Dios–Padre con la respuesta de la Virgen de Nazaret. Después de haber recibido el NO soberbio y desobediente de Adán y Eva (ver Gen 3, 6), por fin el Señor encontraba un corazón que no era indiferente a su Amor, y que se abría sin obstáculo ni sombra de vacilación alguna, para acoger su iniciativa salvífica.
Así también nosotros debemos responder siempre al llamado del Señor en nuestras vidas, conscientes, como Santa María, que la verdadera alegría y paz, aquellas que anhela el corazón humano, sólo nacen de la plena adhesión al Plan de Dios y a su designio divino. Que, como Santa María, nuestros corazones se abran a la gracia de Dios y como Ella nos hagamos siempre disponibles para el servicio evangelizador.
En la respuesta modélica de Santa María, un cristiano debe modelar su propia respuesta a la invitación que Dios le hace a cooperar con su Divino Plan. Cada uno de nosotros está llamado a repetir con su propia vida el SÍ de María, ese SÍ que engendra vida y reconciliación, ese SÍ que trae luz, gracia, alegría y esperanza al mundo.
Los grandes personajes del Adviento
Para concluir, es bueno señalar que, a lo largo del Adviento, han aparecido ante nosotros algunos personajes religiosos muy significativos que nos han ido preparando para el inminente nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo.
En primer lugar, Isaías, el profeta que experimentó la presencia amorosa de Dios, interviniendo constantemente en la historia de la salvación. Para Isaías, estas intervenciones continuas de Dios en la historia, eran como un preanuncio de una intervención más poderosa que se daría con la llegada del Mesías (ver Is 7, 14; 11, 1-2).
Después apareció la recia personalidad predicadora de San Juan el Bautista, el Precursor, aquel que prepara eficazmente los caminos del Señor. Su misión fue la de “dar testimonio de la Luz, para que todos creyeran por él” (Jn 1, 7).
Y hoy, IV Domingo de Adviento, vuelve a aparecer la maternal y tierna presencia de Santa María, Madre de Dios y nuestra. Digo vuelve, porque Ella ha estado presente a lo largo de todo el Adviento. Bástenos sólo recordar que en este tiempo de espera, hemos celebrado su “Inmaculada Concepción” (08 de diciembre), y la hermosa fiesta de “Santa María de Guadalupe”, Emperatriz de América y Estrella de la Evangelización (12 de diciembre).
Nadie como la Virgen ha vivido el Adviento como un tiempo de profunda esperanza e ilusión, porque durante nueve meses llevó en su vientre virginal e inmaculado al Hijo de Dios para después darlo a luz en el portal de Belén, en compañía de su castísimo esposo San José.
Es lícito preguntarnos: ¿Cuáles habrían sido los pensamientos y sentimientos de María Santísima durante esos nueve meses, después que el Ángel la dejó con el misterio en sus entrañas virginales e inmaculadas? (ver Lc 1, 38).
Sin duda, cada día habría crecido más en la fe, la esperanza y el amor; en la capacidad de asombro frente al milagro de haber concebido al Verbo eterno del Padre, primero en su corazón por la fe y después en su vientre. Habría crecido además en su capacidad de contemplación del misterio del cual Dios mismo la había hecho depositaria como nueva Arca de la Alianza. Habría crecido en el amor puro y casto con San José, y este último en el don que se le confiaba: Preservar la perpetua virginidad de su Esposa, y con corazón de padre, ser el Custodio del Redentor.
Entonces, nadie mejor que Ella para guiarnos en estas horas previas a la Nochebuena a contemplar con admiración el misterio de la Encarnación-Nacimiento, y de esta manera acoger en nuestras vidas al Niño Dios que nace. Sin lugar a duda nadie mejor que la Virgen Madre.
María es también nuestra Madre
Para concluir, no nos olvidemos que María “es nuestra Madre en el orden de la gracia”. Esta maternidad ha surgido de su misma maternidad divina, porque al aceptar ser la Madre de Dios cooperó por la fe, la obediencia, la esperanza invicta, y la encendida caridad, en la restauración de la vida sobrenatural de las almas. Y esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia hasta la consumación de todos los elegidos.[2]
Por eso, cercana la Navidad, nos confiamos a la maternal intercesión de la Virgen María. Ella es “causa de nuestra alegría”, no sólo porque ha engendrado a Jesús, sino porque Ella es también nuestra Madre, Aquella que continuamente nos cuida, nos guía y configura con Él.
San Miguel de Piura, 24 de diciembre de 2023 IV Domingo de Adviento
[1] San Juan Pablo II, Catequesis La Virgen María, Madre de Jesús, 13-IX-1995.
[2] Ver Constitución Dogmática Lumen gentium, nn. 61-62
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