Homilías

HOMILÍA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO EN EL I DOMINGO DE CUARESMA 2023

“Con Satanás nunca se dialoga”
I Domingo de Cuaresma

El pasado miércoles iniciamos al ejercicio de la Santa Cuaresma, un tiempo que no puede pasar ignorado por nosotros los cristianos. Es un tiempo fuerte de gracia, de conversión, y penitencia, que nos invita a renovar el don de nuestro Santo Bautismo, para así celebrar con gozo la gran fiesta de la Pascua.

La Cuaresma es un tiempo para recuperar la esperanza de que es posible ser santos, es decir, de que es posible ser plenamente hijos de Dios en Cristo, no importando lo lejos que nos podamos haber ido, como el Hijo Pródigo de la parábola (ver Lc 15, 11-32), o lo profundo en lo que podamos haber caído moralmente, como la Pecadora arrepentida (ver Lc 7, 36-50), porque la misericordia, la ternura, y el amor de nuestro Padre Dios, son más grandes que nuestro pecado. Siempre es posible regresar de la tierra de la desemejanza a la comunión con Dios-Amor. Siempre es posible salir de nuestra postración moral, y recomenzar una vida nueva en Cristo.     

Precisamente, San Pablo, en la segunda lectura de hoy (ver Rom 5, 12-19) nos dice que la gracia es más fuerte que el pecado. Esto nos da mucha esperanza en nuestro combate espiritual, pues, aunque hayamos pecado, el Señor es generoso, nos perdona, y su misericordia nos permite retomar siempre el camino de la santidad.

La Cuaresma abarca cuarenta días. Son cuarenta días de gracia y de clemencia, donde Dios-Amor se muestra lento para la ira y grande en misericordia y perdón (ver Sal 108, 8). 

Satanás existe, es un ser real, y quiere nuestra condenación eterna

En el primer Domingo de Cuaresma, meditamos en el pasaje evangélico de las tentaciones de Jesús (ver Mt 4, 1-11). Lo primero que constatamos al leerlo es la existencia de Satanás, quien es un ser real y concreto, un ángel caído que busca nuestra condenación eterna. Su mayor victoria es hacernos creer que no existe. Su campo de acción es el mundo, donde nos tienta para que caigamos en el pecado. Como bien afirma Jesús de él: “Este era homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8, 44). Por eso, con Satanás no se dialoga ni se juega. Si dialogamos con él, irremediablemente perdemos. Lo mismo podemos decir de la tentación. Por ello, la primera lectura de hoy (ver Gen 2, 7-93, 1-7), nos recuerda la triste historia del pecado original y la caída de nuestros primeros padres, Adán y Eva, cuyas trágicas consecuencias las seguimos padeciendo hoy en día. A la tentación se la rechaza, y si es muy fuerte, huimos de ella. Esto, no es cobardía, sino verdadera prudencia y sabiduría espiritual.

Si bien es un adversario formidable, con Jesús lo vencemos  

A Satanás (nombre que significa “adversario”, “acusador”, “mal camino”), se le combate con la Palabra de Dios, como hace Jesús en cada una de las tres tentaciones. Por eso, en la Cuaresma, estamos llamados a leer con más frecuencia y abundancia la Sagrada Escritura.  

A Satanás, se le vence viviendo muy unidos a Jesús, quien lo ha derrotado, para así darnos ejemplo y esperanza en el combate cristiano. No hay que olvidar que en Jesús todos hemos sido tentados, y en Jesús, todos hemos vencido a Satanás. Por eso San Agustín afirma: “¿Te fijas en que Cristo fue tentado, y no te fijas en que venció?  Reconócete a ti mismo tentado en Él, y reconócete vencedor en Él. Podía haber evitado al diablo; pero, si no hubiese sido tentado, no te habría aleccionado para la victoria cuando tú fueras tentado”.[1]  

Las tres tentaciones

Miremos ahora las tentaciones de Jesús. Cada una de ellas nos deja valiosas lecciones para nuestra vida cristiana.

Recordemos que Jesús ha estado en el desierto rezando y ayunando por cuarenta días, hasta que por fin sintió hambre. Por eso en la primera tentación, Satanás le dice: “Si eres el Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes” (Mt 4, 3).

¿En qué consiste la primera tentación? Ella consiste en incitar al Señor Jesús a que obre un milagro en su propio beneficio o provecho. Con esta misma tentación nos encontramos nosotros a diario en nuestras vidas, cuando Satanás y el mundo nos dicen: Vive sólo para ti; disfruta de la vida y pásala bien; para qué pensar en servir a los demás; que no te importen la dignidad ni las necesidades de tus hermanos. Hoy en día somos tentados constantemente con el egoísmo, la sensualidad, y el hedonismo como estilos de vida.    

Jesús rechaza la tentación citando el libro del Deuteronomio: “Mas Él respondió: Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 4; Dt 8, 3). De esta manera, el Señor Jesús subraya que más importante que el alimento material, es la adhesión a la amorosa voluntad o Plan de Dios, que siempre nos pide amar y servir a los hermanos, procurando su bien. No nos olvidemos lo que Jesús les dirá más adelante a sus discípulos: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado” (Jn 4, 34).   

Pero Satanás es astuto. Jesús ha citado la Sagrada Escritura, y por eso en la segunda tentación, él manipulará la Palabra de Dios: “Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: A sus ángeles te encomendará, y en sus manos te llevarán, para que no tropiece tu pie en piedra alguna” (Mt 4, 6). 

¿En qué consiste la segunda tentación? Consiste en tentar a Cristo para que realice su misión usando su poder, con legiones de ángeles bajo sus órdenes. Pero el Plan de Dios tenía previsto que, “el Mesías padeciera y entrara así en su gloria” (Lc 24, 26). Es lo que Jesús le explicará más tarde a Pedro en el Huerto de Getsemaní antes de ser apresado: “¿Piensas que no puedo yo rogar a mi Padre, que pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles? Mas, ¿cómo se cumplirían las Escrituras de que así debe suceder?” (Mt 26, 53-54). 

El Señor Jesús rechazó esta segunda tentación: “También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios” (Mt 4, 7). En el madero santo de la Cruz, Cristo nos manifestará que no es por el camino del poder, tal como lo entiende el mundo, sino por el camino del amor, como oblación y entrega total de sí mismo, como se logra nuestra salvación, porque ahí lo contemplaremos sin apariencia ni presencia, despreciado y considerado desecho de hombres (ver Is 53, 2-3). Jesús rechazó hasta el final la tentación del poder mundano.    

Finalmente, está la tercera tentación que es la más grosera de las tres. Satanás se sabe a estas alturas vencido, pero hace un último y desesperado intento. Quiere seducir a Jesús con las riquezas: “Todavía le lleva consigo el diablo a un monte muy alto, le muestra todos los reinos del mundo y su gloria, y le dice: Todo esto te daré si postrándote me adoras” (Mt 4, 8-9). Es la más burda de las tres tentaciones, porque al haberse encarnado y anonadado el Verbo de Dios, y haber nacido pobre en un pesebre, el Señor Jesús nos manifiesta que su más profundo anhelo no son las riquezas y la gloria del mundo, sino realizar el Plan salvífico de su Padre, que le pedía reconciliar al hombre caído en desgracia por el pecado. Él, no ha venido a buscar oro y plata, sino nuestros pecados para cargarlos sobre sí y sanarnos de ellos (ver 1 Pe 2, 24; 2 Cor 5, 21).

Jesús, no iba a sucumbir a la tentación de las riquezas, porque como nos afirma San Pablo, todo fue creado por Él y para Él (ver Col 1, 16), y porque, además, “siendo de condición divina, no retuvo ávidamente ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre” (Flp 2, 6-7). Jesús responde a esta tentación con un rechazo y decisión todavía mayores a las anteriores, citando el primero de los mandamientos: “Apártate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a Él darás culto” (Mt 4, 10).

Satanás tentó al Señor Jesús con el placer del comer, el poder, y las riquezas. Son sus tentaciones preferidas, ante las cuales siempre debemos estar alertas, y con el Señor Jesús saber rechazarlas.

En Cuaresma y siempre recémosle a San Miguel, nuestro patrono

En este tiempo penitencial, hagamos también recurso continuo de nuestra oración a San Miguel Arcángel, Patrono de Piura y Tumbes, Príncipe de la milicia celestial. Satanás tiembla al escuchar su nombre junto con el de María Santísima, y curiosamente ambos son representados pisándole la cabeza.

Desde sus orígenes, la Iglesia venera a San Miguel como el Arcángel que derrotó a Satanás y a sus secuaces echándolos del Cielo. Él protege a la Iglesia de sus enemigos, y a los cristianos de los poderes demoníacos a lo largo de nuestro peregrinar terreno, y sobre todo en la hora de nuestra muerte (ver Dan 10, 13; 12, 1; Judas 1, 9; Ap 12, 7-9). Por eso, hoy y siempre, y en toda ocasión, recémosle su oración:

San Miguel Arcángel,
defiéndenos en la batalla.
Sé nuestro amparo
contra la perversidad y asechanzas del demonio.
Reprímale Dios, pedimos suplicantes,
y tú Príncipe de la Milicia Celestial,
arroja al infierno con el divino poder
a Satanás y a los otros espíritus malignos
que andan dispersos por el mundo
para la perdición de las almas. Amén.

Que María Santísima, la Inmaculada, la Purísima, la también vencedora de Satanás, nos cubra siempre con su manto maternal, y nos guie hacia la victoria en el combate cuaresmal que acabamos de comenzar.

 San Miguel de Piura, 26 de febrero de 2023
I Domingo de Cuaresma

[1] San Agustín, De los Comentarios sobre los Salmos (Salmo 60, 2-3: CCL 39, 766).

Puede descargar esta Homilía que nuestro Arzobispo Metropolitano AQUÍ

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