Homilías Dominicales

HOMILÍA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO EN EL V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO 2023

“Ser sal de la tierra y luz del mundo”

V Domingo del Tiempo Ordinario

El Evangelio según San Mateo, está organizado en cinco grandes discursos del Señor Jesús, los cuales están intercalados con diversos episodios de su vida que van desde su Nacimiento hasta su Misterio Pascual (Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión al Cielo).

Estos cinco discursos son: El Sermón de la Montaña (Mt 5-7), el Discurso Apostólico o Discurso de la Misión (Mt 10), el Discurso de las Parábolas (Mt 13, 1-53), el Discurso sobre la Iglesia o Discurso Eclesiológico (Mt 18), y el Discurso Escatológico o sobre las realidades últimas (Mt 23-25).

Nuestro Evangelio dominical (ver Mt 5, 13-16), está ubicado en el Discurso del Sermón de la Montaña, donde San Mateo, busca resumir el núcleo esencial de la enseñanza de Jesús, y su radical originalidad con respecto a la ley antigua.

Con dos poderosas imágenes, el Señor Jesús nos enseña cuál es la misión que tenemos nosotros, sus discípulos-misioneros, tanto en la Iglesia como en medio del mundo: “Vosotros sois la sal de la tierra…Vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5, 13-14). Veamos entonces el sentido de cada una de estas dos fuertes expresiones del Señor Jesús.

Así como la sal se pone en los alimentos en pequeñas cantidades, pero ella lo penetra todo, comunicándole y dándole sabor a la comida, así el cristiano debe comunicar y anunciar el Evangelio a los demás, y con este anuncio influir en la realidad transformándola, ordenándola según el Plan de Dios, contribuyendo así a la santificación del mundo desde dentro a modo de fermento, para gloria de Dios Uno y Trino.[1]

El cristiano ha recibido el Evangelio y el conocimiento de Cristo para anunciarlo a los demás. Nuestra misión, como discípulos-misioneros del Señor Jesús, es trabajar para que los valores del Evangelio penetren en todos los ambientes de nuestra vida social, haciéndola más humana y más divina. Debemos trabajar para que el mundo del trabajo, de la política, de la economía, de la ciencia, del arte, de la literatura, del deporte, y de los medios de comunicación, estén vivificados y guiados por los criterios del Evangelio.  

Ahora bien, si la imagen de la sal quiere expresar la urgencia de que los valores del Evangelio penetren en todos los ambientes de nuestra vida social y cultural, la imagen de la luz quiere acentuar la incidencia que los discípulos de Cristo deben de tener sobre la sociedad por medio de una vida cristiana íntegra e intachable. Así como la luz se difunde y disipa las tinieblas, así también por nuestra palabra valiente y nuestra vida cristiana coherente, nosotros estamos llamados a disipar el pecado y las sombras de muerte que aún cubren muchas realidades de nuestra vida social y eclesial.

Asimismo, un cristiano y una comunidad cristiana católica son luz en el mundo, cuando conducen a los demás al encuentro de vida con el Señor en Su Iglesia, ayudando a que cada uno experimente la Verdad, la Bondad, el Amor y la Misericordia que es Jesús.   

Sólo seremos sal de la tierra y luz del mundo, en la medida en que aspiremos seriamente a la santidad, y trabajemos por ser santos en activa cooperación con la gracia que Dios nos da. Los santos, son los auténticos reformadores de la vida de la Iglesia y de la sociedad. Sólo ellos han sabido, en sus tiempos y épocas, incidir eficazmente como sal y como luz transformándolo todo. A pesar del tiempo que pueda haber transcurrido desde cuando vivieron en este mundo, su testimonio de vida sigue dando sabor de vida a todo, y sigue proyectando una luz potente que conduce a los hombres a Dios-Amor, por medio de una conversión de vida.

Pero, en el Evangelio de hoy, Jesús nos previene de dos peligros. El primero: La sal se puede volver sosa, insípida, insulsa (ver Mt 5, 13). ¿Cuándo puede ocurrir esto? Cuando los cristianos perdemos los criterios de Cristo, es decir, la forma de pensar del Señor, y terminamos adoptando los criterios del mundo. Contra este peligro nos advierte San Pablo: “No se acomoden a la mentalidad del mundo, antes bien transfórmense mediante la renovación de su mente, de forma que puedan discernir cual es la voluntad de Dios, lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rom 12, 2). No olvidemos que los criterios o formas de pensar que tengamos, inciden en nuestros afectos y en nuestra acción.  

El segundo peligro del cual nos advierte Jesús es que la luz se opaque (ver Mt 5, 14-15), es decir, que en su lucha contra las tinieblas no sea nítida, y que finalmente la luz se deje envolver y apagar por ellas. Este peligro es la incoherencia, es decir, cuando la fe deja de hacerse vida cotidiana; cuando brota un divorcio entre la fe que decimos profesar y la vida que llevamos: “El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época”.[2] Hoy en día, esto lo constatamos con dolor en muchas personas que dicen llamarse cristianas, pero viven y actúan como si no lo fueran. En ellos, la vida se ha separado de la fe verdadera.

El camino de ser discípulos-misioneros de Cristo no es fácil. Por ello al final de cada día, en nuestro examen de conciencia, preguntémonos: ¿Hoy, he sido sal y luz para mis hermanos? ¿De qué forma o manera lo he sido? ¿He sido presencia viva de Jesucristo, con mis palabras y acciones, en la vida de los demás y en mis labores?  

Al final de nuestro Evangelio dominical hay un pedido urgente que nos hace el Señor: “Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5, 16). Con ello, el Señor nos pide hacer todo el bien que podamos y debamos, porque al mal se le vence con abundancia de bien. La exhortación de Jesús es todo un llamado vivir la verdad, la caridad, el amor fraterno, la solidaridad y la justicia, compartiendo nuestros talentos y bienes con aquellos que los puedan necesitar.

Que, por nuestras buenas obras, brille ante nuestros hermanos la luz del Amor de Cristo que a todo da sabor de vida y que todo lo ilumina. Esforcémonos en todo momento y ocasión por ser como Jesús, quien “pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él” (Hch 10, 38).

Para concluir, siempre es bueno escuchar la palabra del Papa, la cual nos confirma en la fe y nos señala el camino seguro a seguir: “Jesús nos invita a no tener miedo de vivir en el mundo, aunque a veces haya condiciones de conflicto y pecado en él. Frente a la violencia, la injusticia, la opresión, el cristiano no puede encerrarse en sí mismo o esconderse en la seguridad de su propio recinto; la Iglesia tampoco puede encerrarse en sí misma, no puede abandonar su misión de evangelización y servicio. Jesús, en la última cena, pidió al Padre que no sacara a los discípulos del mundo, que los dejara allí en el mundo, que los protegiera del espíritu del mundo. La Iglesia se prodiga con generosidad y ternura por los pequeños y los pobres: este no es el espíritu del mundo, esta es su luz, es la sal. La Iglesia escucha el grito de los últimos y de los excluidos, porque es consciente de que es una comunidad peregrina llamada a prolongar en la historia la presencia salvadora de Jesucristo. Que la Santísima Virgen nos ayude a ser sal y luz en medio del pueblo, llevando la Buena Nueva a todos, con la vida y la palabra”.[3]

San Miguel de Piura, 05 de febrero de 2023
V Domingo del Tiempo Ordinario

[1] Ver Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Lumen gentium, n. 31.

[2] Constitución Pastoral Gaudium et spes, n. 43.

[3] S.S. Francisco, Angelus, 09-II-2020.

Puede descargar el PDF de esta Homilía de nuestro Pastor AQUÍ

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