HOMILÍA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO EN EL DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO 2023
“¿Necios o Prudentes?”
Domingo XXXII del Tiempo Ordinario
Estamos celebrando los últimos Domingos del presente Año Litúrgico. En ellos, la Iglesia, que es Madre y Maestra, nos propone meditar en lo que sucederá al final de los tiempos, es decir, cuando Jesús venga en poder y gloria a juzgar a vivos y muertos, y a poner fin a la historia humana.
Así pues, en estas semanas, estamos llamados a meditar en los acontecimientos escatológicos. La palabra “escatología”, proviene del griego esjatón (Eσχατoν) que significa “los últimos tiempos”, y de logos (Loγoς), que significa “tratado” o “estudio”. Por lo tanto, la escatología, se define como la doctrina de los últimos tiempos, del hombre y del mundo que él habita.
Nuestro Evangelio dominical, nos trae la conocida parábola de las “vírgenes prudentes y las necias” (ver Mt 25, 1-12). Ella se ubica en el capítulo 25 del Evangelio según San Mateo, que junto con el capítulo 24, recoge el Discurso Escatológico del Señor. De esta manera nos queda clara la finalidad de la parábola: Ante la certeza del fin del mundo y del juicio final, y ante el desconocimiento del día y de la hora en que todo ello ocurrirá, nuestra actitud espiritual ha de ser la de la vigilancia, es decir, la de estar siempre alertas, y espiritualmente despiertos, como lo está el centinela cuando cuida la ciudad de cualquier peligro o amenaza, especialmente durante la noche.
Jesús nos dice que entre las diez vírgenes que aguardan la llegada del “esposo”, cinco son prudentes y cinco son necias. Es decir, cinco aman al Señor con fidelidad y ardor, y están dispuestas a esperarlo, aunque llegue muy tarde entrada la noche, y cinco andan distraídas en otras cosas, son descuidadas y están despreocupadas, de ahí que no traigan aceite en abundancia para sus lámparas, a diferencia de las prudentes. De la misma manera, el mundo se divide en dos: Entre quienes esperan vigilantes la vuelta de Jesús, y los que viven en el descuido, la dejadez, distraídos en cientos de cosas “urgentes”, pero no necesarias o esenciales, seducidos por los sucedáneos que el mundo les ofrece.
Estar siempre alertas y en vela
Para darnos su enseñanza e invitarnos a estar siempre en vela, el Señor Jesús usa un ejemplo muy conocido para sus oyentes de aquellos tiempos: El de un matrimonio judío. Éste, solía realizarse en dos momentos o etapas. En un primer momento, el esposo y la esposa celebraban el contrato matrimonial, donde ambos tomaban consciencia de sus obligaciones e intercambiaban el consentimiento nupcial. Esto podía ocurrir varios meses antes que los esposos comenzaran a vivir juntos. El segundo momento, era el festivo. Ocurría cuando el esposo venía, en compañía de sus amigos, a buscar a su esposa para llevarla a vivir a su casa. La esposa lo recibía rodeada de sus amigas (las vírgenes), y cuando el esposo llegaba, se celebraba una gran fiesta o banquete de bodas. En el caso de la parábola del Señor Jesús, había diez vírgenes, con sus lámparas encendidas, que esperaban la llegada del esposo.
Muchas veces en el Evangelio, Jesús se comparó como “el esposo” (ver Mt. 9, 15; 22, 2), reclamando así de nosotros, que formamos Su Iglesia, un amor semejante al de la esposa por su esposo, es decir, un amor fiel, exclusivo, indisoluble, y fecundo.
En la parábola llama la atención que ninguna de las diez vírgenes se distingue como la esposa y, por tanto, todo el protagonismo de la parábola lo ocupa “el esposo”, quien representa al Señor Jesús. Sólo a Él espera cada una de las vírgenes como a su propio esposo. En efecto, cada una de las diez, se sintió apelada cuando a la media noche se oyó inesperadamente el grito: “¡Ya está aquí el novio! ¡Salid a su encuentro!” (Mt 25, 6). Pero hay una diferencia entre ellas. Veamos con atención.
¿Prudentes o necios?
En la parábola, Jesús nos dice que cinco, a quienes califica de prudentes, junto con sus lámparas tomaron mucho aceite en las alcuzas o recipientes de combustible. Las necias en cambio no, porque calcularon que el esposo no se haría esperar.
Ellas en el fondo no están atentas, no arden en deseos del esposo, ni están preparadas para cualquier decisión suya. La medida del amor por el esposo está representada por la cantidad de aceite. Unas tenían mucho amor, las otras en cambio poco. No hay que olvidar que, en los tiempos de Jesús, el aceite, era el combustible que se usaba para iluminar la oscuridad de la noche.
La parábola sigue su curso. Cada detalle alude a lo que será la venida de Jesús al final de los tiempos. Las vírgenes que estaban preparadas entraron con el esposo al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Las necias llegaron tarde, y desde fuera golpeaban la puerta con desesperación e insistencia, y clamaban: “¡Señor, Señor, ábrenos! Pero Él respondió: En verdad os digo que no os conozco” (Mt 25, 11-12).
Así también será de dura la sentencia de Cristo para los que no estén preparados esperando su última y definitiva venida: “En verdad os digo que no os conozco” (Mt 25, 12). Y ese día no podremos quejarnos o argüir defensa alguna, porque a lo largo de toda nuestra vida han sido innumerables las oportunidades que el Señor nos dio para convertirnos, e inconmensurable el monto de su gracia y amor que no supimos aprovechar, y sobre todo atesorar en su momento con gratitud y amor en la “alcuza” de nuestro corazón.
El día de nuestra muerte
Ciertamente la parábola de “Las vírgenes prudentes y necias”, alude al fin del mundo, pero es muy probable que, antes que ello ocurra, el Señor nos llame a su presencia el día de nuestra muerte.
A todos sin excepción, la muerte nos ha tocado muy de cerca en algún momento de nuestra vida, sea con el fallecimiento de un familiar o de un amigo muy cercano y querido. Ello tiene que hacernos pensar seriamente que algún día moriremos. La muerte es la verdad más cierta que tenemos en nuestra vida.
No sabemos, cuándo, dónde, y cómo, pero lo que sí sabemos es que tarde o temprano moriremos. Sería muy iluso de nuestra parte creer que la muerte siempre le tocará a los demás y no a mí. De ahí la necesidad de estar siempre preparados, es decir, en gracia de Dios, con el corazón convertido al Señor, con la lámpara de nuestra vida cargada con el aceite de las buenas obras.
Al hombre contemporáneo, que presume de su poder y de sus avances científicos, le asusta el misterio de la muerte, al extremo que no le gusta pensar o reflexionar en él, y de que tarde o temprano tendrá que comparecer ante el tribunal de Cristo para dar cuenta de su vida (ver 2 Cor 5, 10).
En cambio, los santos, siempre han meditado en el misterio de la muerte, y ello los ha conducido a una conversión sincera de vida, a una consciencia muy viva de que el destino final de nuestra vida apunta al Cielo, es decir, al encuentro definitivo con Jesús, el “Esposo”. Por ello, siempre desearon ardientemente la salvación eterna, y pusieron los medios adecuados para asegurarla. Seríamos unos tontos, sino siguiéramos su ejemplo.
Jesús concluye la parábola con esta enseñanza que quiso dejarnos para nuestra salvación eterna: “Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora” (Mt 25, 13). Y es verdad. No sabemos el día y la hora, pero sabemos que la muerte, así como el fin del mundo, es una realidad que llegará tarde o temprano a nuestra vida.
Por eso resulta incomprensible que, a pesar de ello, alguien viva descuidando su vida cristiana: No rece, no nutra su corazón con la vida de la gracia de los sacramentos, no se confiese sacramentalmente con frecuencia, no participe en la Santa Misa dominical, no viva en la verdad, no practique la caridad, no viva la misericordia y la reconciliación fraterna, porque, “esta vida se nos ha dado para buscar a Dios, la muerte para hallarlo, la eternidad para poseerlo”.[1]
Vivir cada día como si fuera el último
Como en la parábola, Jesús, el “Esposo”, tarda en llegar, pero eso no significa que no vendrá o que no moriremos. Su demora es signo de su misericordia. Como Él no quiere que nadie se condene, nos da tiempo y oportunidades para convertirnos. No las desaprovechemos diciendo tontamente, “mañana me convertiré”. A nadie se le ha prometido el mañana, sólo el hoy. Por eso, estemos siempre preparados viviendo en su gracia y amor, y no en el pecado. Como me solía repetir una persona de mi Parroquia cuando le llevaba la Sagrada Comunión todos los domingos, y al entrar en su habitación le preguntaba cómo se encontraba, ella sonriente siempre me respondía para darme a entender que estaba bien preparada y dispuesta: “Lista Padre, para cuando Él quiera, donde Él quiera, y como Él quiera”.
Al respecto de esta parábola el Papa Francisco nos dice: “¿Qué quiere enseñarnos Jesús con esta parábola? Nos recuerda que debemos permanecer listos para el encuentro con Él. Muchas veces, en el Evangelio, Jesús insta a velar y lo hace también al final de este relato. Dice así: «Velad pues, porque no sabéis ni el día ni la hora» (Mt 25, 13). Pero con esta parábola nos dice que velar no significa solamente no dormir, sino estar preparados; de hecho, todas las vírgenes se duermen antes de que llegue el novio, pero al despertarse algunas están listas y otras no. Aquí está, por lo tanto, el significado de ser sabios y prudentes: se trata de no esperar al último momento de nuestra vida para colaborar con la gracia de Dios, sino de hacerlo ya ahora. Sería hermoso pensar un poco: un día será el último. Si fuera hoy, ¿cómo estoy preparado, preparada? Debo hacer esto y esto… prepararse como si fuera el último día: esto hace bien”.[2]
Sí hermanos: Cada día hay que vivirlo como si fuese el último. De otro lado, no hay que olvidar lo que nos dice San Juan de la Cruz, místico y doctor de la Iglesia: “A la tarde te examinarán en el amor”.[3]
Por eso, que la Virgen María nos ayude a hacer nuestra fe cada vez más operante por medio de la caridad; para que nuestra lámpara pueda resplandecer ya aquí, en el camino terrenal y después para siempre, en la fiesta de bodas en el paraíso”.[4]
San Miguel de Piura, 12 de noviembre de 2023
XXXII Domingo del Tiempo Ordinario
[1] San Alberto Hurtado Cruchaga S.J., Escritos, pág. 37.
[2] S.S. Francisco, Angelus, 12-XI-2017.
[3] San Juan de la Cruz, Avisos y Sentencias n. 57.
[4] S.S. Francisco, Angelus, 12-XI-2017.
Puede descargar esta Reflexión Dominical de nuestro Arzobispo AQUÍ