HOMILÍA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO EN EL DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO 2023
“Tú eres el Cristo…Tú eres Pedro”
Domingo XXI del Tiempo Ordinario
El Evangelio de este Domingo (ver Mt 16, 13-20), reviste una gran importancia para poder comprender la verdad sobre Cristo y la Iglesia. Veamos.
En los Evangelios, el Señor Jesús aparece siempre como un gran profeta. Por ejemplo, la Samaritana le dice: “Veo que eres un profeta” (Jn 4, 19); cuando los fariseos le preguntan al ciego de nacimiento sobre el Señor, él responde: “Que es un profeta” (Jn 9, 17). A su vez los discípulos de Emaús no podían creer que el desconocido que se les había unido en el camino no haya oído hablar de “Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo” (Lc 24, 19). Y cuando el mismo Jesús toma la decisión de ir a Jerusalén para afrontar la hora de su Pasión, Él mismo manifiesta que, “no cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén” (Lc 13, 33). Por eso cuando Cristo, pregunta a los Apóstoles: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Ellos dijeron: Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas” (Mt 16, 13-14).
Pero ¿Jesús es sólo un profeta?
Es verdad que Jesús es “un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo” (Lc 24, 19), pero el Señor es mucho más que eso.
En nuestros días, los que no creen en Cristo, dan una respuesta errónea sobre Jesús: “Fue un gran hombre”; “fue un maestro de gran sabiduría”; “su enseñanza es muy hermosa y elevada”; “fue un gran filántropo”, incluso algunos llegan a calificarlo como una “súper estrella”, pero al fin y al cabo de ahí no pasan porque no le conocen en verdad, porque no se han abierto al don de la fe en Él.
“Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”
Por eso, el Señor Jesús da un paso más allá en su diálogo con sus Apóstoles cuando recorrían la región de Cesarea de Filipo, región situada al norte del “Mar de Galilea”, y al sudoeste de Damasco, capital de Siria. En verdad, quiere saber qué dicen sus discípulos acerca de quién es Él. Quiere saber qué dicen de su Persona, aquellos que lo han dejado todo por seguirlo, y han sido testigos cercanos de sus enseñanzas y milagros. Entonces, entre los Apóstoles, se hace un gran silencio, probablemente porque siempre es más fácil hablar de los demás y transmitir opiniones ajenas, que dar un testimonio personal de vida que nos comprometa.
De pronto, en medio del silencio, se alza la voz de Simón Pedro, quien lleno del Espíritu Santo exclama: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16). Todo el Evangelio no es más que una revelación del misterio del Señor Jesús como el Hijo de Dios, como el Verbo de Dios encarnado, quien realmente nació de Santa María, la Virgen Madre, para ser el Dios-con-nosotros.
Esta profesión de fe de Simón Pedro es el corazón del Evangelio, y la plena revelación de la identidad del Señor Jesús, quien no es una voz más entre otras voces, o un sabio más entre otros ilustrados, sino el Verbo eterno del Padre, la Palabra definitiva de salvación, el Camino, la Verdad y la Vida (ver Jn 14, 6), el único Salvador del mundo ayer, hoy, y siempre (ver Hb 13, 8).
Jesús no sólo aprueba el testimonio de Simón Pedro, sino que lo llama “bienaventurado”, porque no pudo concluir eso por simple razonamiento humano, sino por inspiración divina del Espíritu Santo. Por eso el Señor le dice: “Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mt 16, 17). Conocer el misterio de Jesús, es un don de Dios y por eso, los que tenemos fe en Cristo, debemos todos los días dar gracias a Dios por el don de nuestra fe en Él, así como atesorarla, cuidarla, y sobre todo acrecentarla, cultivando nuestra amistad y comunión de vida con el Señor, a través de la oración, la meditación frecuente de la Palabra Divina, la vida sacramental, la catequesis, la vida de comunidad eclesial, y la vida de activa caridad.
Frente a una mentalidad relativista imperante, que hoy cuestiona el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios como el acontecimiento central de la salvación para toda la humanidad, esta celebración dominical, nos debe llevar a proclamar, “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16), es decir, nuestra fe y amor en Jesucristo, el Hijo único de Dios, concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, y nacido de Santa María, la Virgen.
El Señor Jesús nos ha revelado plena y definitivamente el misterio de Dios y del hombre[1], y con su encarnación, muerte y resurrección, ha llevado a cumplimiento la Historia de la Salvación, que tiene en Él su plenitud y su centro.
Llamados a confesar a Cristo como el Reconciliador
En virtud de nuestro bautismo y confirmación, nuestra misión principal como cristianos, es anunciar a Cristo como el único Reconciliador de la humanidad. La humanidad de nuestros tiempos necesita redescubrir a Cristo, como su Salvador.
Éste es el anuncio que los cristianos tenemos que llevar con renovada valentía al mundo de hoy, un mundo marcado por la muerte, la violencia, la injusticia, el sufrimiento, y la pobreza creciente, para así orientar la mirada del hombre moderno hacia el Señor Jesús, el único en quien podrá hallar la respuesta a todas sus interrogantes, y la fuerza necesaria para edificar la auténtica solidaridad y fraternidad humanas.
Cristo, es el único capaz de abrirnos a la esperanza en un futuro de vida, y Aquel que nos permite vivir de manera auténtica la caridad cristiana, que no es simple filantropía, sino que es por un lado mirar al otro con los mismos ojos del Señor y, asimismo, descubrir al Señor Jesús en el rostro del enfermo, del pobre, del vulnerable, y del descartado.
“Tú eres Pedro”
Pero el Evangelio de hoy, es además una revelación de la verdad de la Iglesia. Ante la proclamación de fe de Simón, Jesús le responde con una frase de similar estructura a la de la confesión de fe del Apóstol: “Yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mt 16, 18). Es bueno señalar, que el nombre de “Pedro” recién aparece en el Evangelio con esta proclamación de Jesús. Hasta ese momento sólo se le conocía con su nombre original: Simón, hijo de Jonás. Si nosotros lo llamamos “Pedro” es porque Jesús le dio este nombre que significa “piedra”, “roca”. En el ambiente hebreo, el nombre representa lo que es la persona, y el cambio de nombre, sobre todo cuando Dios mismo lo hace, indica una misión. En este caso, Jesús le cambia el nombre a “Simón”, y lo llama “Pedro”, para confiarle la misión, a él y a sus sucesores, de ser la piedra, el fundamento sobre la cual el Señor va a edificar “Su Iglesia”.
La Iglesia de Jesucristo se va a edificar sobre la confesión de fe del Apóstol. La fe que Pedro acaba de manifestar es la “piedra” inquebrantable sobre la cual el Hijo de Dios quiere construir Su Iglesia. Una comunidad cristiana, que no reconozca a Jesús como el Cristo, el Hijo de Dios vivo, y a Pedro como su fundamento, como su Vicario en la tierra, no puede llamarse la Iglesia del Señor. Continuando su diálogo con Pedro, Jesús le dice: “A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt 16, 19). Sólo a Pedro le fueron dirigidas estas palabras en todo el Evangelio.
Las tres alegorías o comparaciones que Jesús utiliza son muy claras: Pedro será el cimiento de roca sobre el que se apoyará el edificio de la Iglesia; tendrá las llaves del Reino, es decir, la autoridad para gobernar la Iglesia y, por último, podrá atar y desatar, es decir, podrá permitir o prohibir lo que considere necesario para el bien salvífico de los cristianos y de los hombres. Con estas imágenes, el Señor le da a Pedro la plena autoridad sobre toda Su Iglesia, que vale la pena decirlo, será siempre la Iglesia de Cristo y no la de Pedro. Lo antes descrito es lo que se conoce como el “Primado de jurisdicción”. También podemos decir que, con esta sentencia del Señor, se le promete a Pedro el don de la “infalibilidad” en materia de fe y moral, pues en el Cielo no puede atarse o desatarse un error, una mentira, o una falsedad.
Finalmente, el Señor Jesús quiso fundar una Iglesia que perdurara hasta el final de los tiempos. Por eso afirma, “que las puertas del infierno no prevalecerán sobre Ella” (Mt 16, 18). Por tanto, la misión de Pedro, de ser piedra-fundamento y principio de autoridad y unidad de la Iglesia, debe perdurar por el bien de Ella, en sus sucesores, los Papas. Sería absurdo que prerrogativas y funciones tan importantes como, “te daré las llaves del Reino de los cielos”; “lo que ates y desates en la tierra quedará atado y desatado en el cielo”, se refieran sólo a los primeros años de la vida de la Iglesia, y que hayan terminado con la muerte del Apóstol. La misión de Pedro se prolonga por tanto en sus sucesores, en los Papas; se prolonga hoy en día, en el Papa Francisco, a quien le expresamos nuestra filial adhesión y nuestras oraciones.
Queridos hermanos: Renovemos hoy nuestra fe y amor a Cristo, a la Iglesia, y al Sucesor de Pedro, el Papa Francisco. Renovemos nuestro compromiso de anunciar a Jesús como el único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre. Y sobre todo renovemos nuestra esperanza de que a pesar de las dificultades por las que atraviesa la Iglesia, las puertas del infierno no prevalecerán sobre Ella.
Que María Santísima, Madre de la Iglesia, Madre por tanto de los pastores como de los fieles, nos ayude en nuestra fidelidad a Cristo, y a la Iglesia de su Hijo.
San Miguel de Piura, 27 de agosto de 2023
XXI Domingo del Tiempo Ordinario
[1] Ver San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, II, 22, 3: “Antes se nos daban palabras de Dios pero ahora se nos ha dado «la Palabra»”; Gaudium et spes n. 22: “El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado”.
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