HOMILÍA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO EN EL DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO 2023
“La paciente espera de Dios y el Día del Juicio”
III Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores
El Evangelio de este Domingo (ver Mt 13, 24-43), nos trae tres parábolas del Señor: La parábola del trigo y la cizaña, la parábola del grano de mostaza, y la parábola de la levadura en la masa.
Las parábolas del grano de mostaza y de la levadura en la masa
Comencemos nuestra reflexión dominical por las dos últimas. La parábola del grano de mostaza tiene la finalidad de enseñarnos que, si bien el anuncio del Evangelio será pequeño y modesto en sus inicios, con el tiempo crecerá y se difundirá por todo el mundo, a semejanza de la semilla de mostaza, la más pequeña de todas, “pero cuando crece, es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas” (Mt 13, 32). Nosotros, mejor que los oyentes inmediatos de Jesús, podemos comprender esta parábola, porque hoy vemos a la Iglesia Católica extendida por toda la tierra, como un gran árbol que cobija a millones de creyentes.
Pero ello, no debe llevarnos a jactancia alguna, y menos aún a una falsa seguridad, porque si bien la Iglesia está extendida por todo el mundo, son muchísimas las personas bautizadas que hoy en día no viven según las exigencias de su Bautismo son los “bautizados alejados”; y también son muchos los que aún no conocen a Jesucristo o explícitamente lo han rechazado.
Por ello, esta parábola debe llevarnos a la humildad, y a recordarnos el compromiso por la “Nueva Evangelización”, la cual debe ser hecha con alegría, en clave de conversión pastoral y misionera, con una Iglesia que, saliendo de su propia comodidad, se atreva a llegar a todas las personas y realidades que necesitan de la luz del Evangelio. Este es el pedido que desde el inicio de su Pontificado nos viene haciendo el Papa Francisco: Pasar de una “pastoral de conservación”, a una “pastoral misionera”. Ello supone ir hacia todos los ambientes de la convivencia social, especialmente a aquellos que hoy están más sometidos a fuertes ataques de secularización y descristianización.
Al respecto nos dice el Santo Padre: “Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida. Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: «¡Dadles vosotros de comer!» (Mc 6, 37)”.[1]
La parábola de la levadura que fermenta toda la masa, indica la misión de los cristianos, que estamos llamados a dar coherente y valiente testimonio del Evangelio, cada cual desde su propia vocación y estado de vida.
La parábola nos recuerda que los discípulos del Señor Jesús, no debemos pasar inadvertidos en la vida pública, sino que, como la levadura en la masa, debemos fermentarla, llevando los valores del Evangelio a todas las dimensiones de la vida social, conscientes que la doctrina de Cristo, tal como la enseña la Iglesia, posee la capacidad de crear aquellas condiciones que permitan a los grupos sociales, y a cada uno de sus miembros, conseguir más plena y fácilmente su propia perfección.
Se trata entonces de vivificar e iluminar con la luz de la fe, la cultura, las estructuras sociales, políticas, económicas, artísticas, profesionales, etc., y hacerlo sin complejos y sin temor al qué dirán. De esta manera se reordenará el mundo hacia Dios. Para ser levadura en la masa, es muy importante mantener en todo momento nuestra identidad cristiana, es decir, la consciencia de nuestra pertenencia a Jesús y a Su Iglesia. Ser levadura en la masa, nos exige llevar una vida cristiana coherente, evitar caer en la mundanidad, y mostrar abiertamente nuestra condición de cristianos. Supone tener el coraje de llevar adelante la identidad y el testimonio cristiano a pesar de las oposiciones, contrariedades, y persecuciones que encontremos en el camino. No nos confundamos: El cristiano hace una opción por el mundo, pero por el mundo que el Señor quiere dentro de su Divino Plan de Amor.
La parábola del trigo y la cizaña
Finalmente, está la parábola del trigo y la cizaña. Ésta, es la que ocupa la mayor parte de nuestro Evangelio dominical, y la única sobre la cual, Jesús hace una detallada explicación a sus discípulos.
En los tiempos del Señor Jesús, si alguien quería hacerle daño a una persona, iba por la noche a su campo y sembraba cizaña en medio del trigo. La cizaña es una maleza que tiene la peculiaridad de que cuando recién crece, se parece mucho al trigo, confundiéndose con éste, pero se distingue claramente del trigo cuando ambos llegan a su pleno crecimiento. Por tanto, hay que tener paciencia y esperar hasta el momento de la siega para deshacerse de ella, porque si uno quiere arrancarla antes, puede arrancar el trigo junto con la cizaña.
Jesús explica con lujo de detalles la parábola. El trigo son los hijos del Reino; la cizaña son los partidarios del maligno, es decir, los secuaces de Satanás; la siega es el fin del mundo; los segadores son los Ángeles. La enseñanza del Señor es muy clara: Frente al mal que vemos en el mundo, no hay que impacientarnos y menos desesperanzarnos. Ciertamente hay que combatirlo, y la mejor forma de hacerlo es ahogándolo con abundancia de bien (ver Rom 12, 21), y con nuestra santidad de vida (ver 1 Pe 1, 15-16). Ahora bien, el Señor Jesús nos asegura que los agentes de iniquidad no quedarán impunes, que habrá un juicio severo para ellos: “El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga” (Mt 13, 41-43).
La parábola nos asegura que el juicio pertenece a Dios, pues, “la mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero Yahveh mira el corazón” (1 Sam 16, 7).
O, como afirma el libro del Apocalipsis: “Las naciones se habían encolerizado; pero ha llegado tu cólera y el tiempo de que los muertos sean juzgados, el tiempo de dar la recompensa a tus siervos los profetas, a los santos y a los que temen tu nombre, pequeños y grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra” (Ap 11, 18).
Queridos hermanos: La parábola del trigo y la cizaña nos hace también tomar conciencia de la paciente espera de Dios. En efecto, el Señor espera pacientemente nuestra conversión de vida, dándonos, a lo largo de nuestra existencia en la tierra, muchísimas oportunidades y ocasiones para ello. Pero, llegará el momento de la siega o del Juicio, el particular primero, y el universal después.[2]
En esos momentos supremos, cuando estemos delante del Señor, no podremos exigirle que nos dé una oportunidad más, cuando Él ha sido más que paciente y misericordioso con nosotros, dándonos un sin número de oportunidades que no supimos aprovechar para convertirnos a su amor.
III Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores
Para concluir, debemos recordar, que hoy celebramos la III Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores bajo el lema: “Su misericordia se extiende de generación en generación” (Lc 1, 50). El Mensaje Pontificio de este año, está inspirado en el encuentro entre Santa María y su prima Santa Isabel (ver Lc 1, 39-56).
Aquel, fue el encuentro entre dos mujeres que esperaban con amor a sus hijos: La Virgen María a Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre en su seno virginal e inmaculado, y Santa Isabel a San Juan el Bautista. Ello nos recuerda, en primer lugar, la sacralidad e inviolabilidad de la vida humana desde la concepción hasta su fin natural con la muerte, porque como le dice Isabel a María: “¿De dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno” (Lc 1, 43-44).
Pero este encuentro, fue también el abrazo entre una mujer joven y otra anciana, entre la joven Madre de Dios, y la anciana madre del Precursor del Señor. Por ello, como nos pide el Santo Padre, hagamos hoy, y en toda ocasión, gestos concretos de abrazar, acoger, y amar a los abuelos y a los ancianos: “No los dejemos solos, su presencia en las familias y en las comunidades es valiosa, nos da la conciencia de compartir la misma herencia y de formar parte de un pueblo en el que se conservan las raíces. Sí, son los ancianos quienes nos transmiten la pertenencia al Pueblo Santo de Dios. Tanto la Iglesia como la sociedad los necesita. Ellos entregan al presente un pasado necesario para construir el futuro. Honrémoslos, no nos privemos de su compañía y no los privemos de la nuestra; no permitamos que sean descartados”.[3] Con el Santo Padre, los invito, especialmente hoy, a visitar a los ancianos que están más solos, ya sea en sus casas, asilos, o residencias de reposo donde viven. La visita a los ancianos que están solos es una obra de misericordia de nuestro tiempo”.[4]
San Miguel de Piura, 23 de julio de 2023
XVI Domingo del Tiempo Ordinario
III Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores
[1] S.S. Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, n. 49.
[2] Ver Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1021-1022; nn. 1038-1041.
[3] S.S. Francisco, Mensaje para la III Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores, 31-V-2023.
[4] S.S. Francisco, Mensaje para la II Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores, 03-IV-2022.
Puede descargar el PDF de esta Homilía de nuestro Arzobispo AQUÍ