Homilías Dominicales

HOMILÍA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO EN EL DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO 2023

“No temáis, Soy Yo”

Domingo XIX del Tiempo Ordinario

Después de haber alimentado a la multitud, con el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces (ver Mt 14, 13-21), el Señor ordena “a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de Él a la otra orilla, mientras Él despedía a la gente” (Mt 14, 22). Después, como era su costumbre, Jesús, “subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí” (Mt 14, 23). En la vida del Señor, son frecuentes los momentos donde Él sube a la montaña a orar a solas. La montaña es el lugar donde Dios se revela, se muestra. Jesús sube a ella, para encontrarse con su Padre Celestial, y así unirse más íntima y firmemente a su voluntad, a su designio de salvación.

Mientras tanto, los discípulos están en la barca, en pleno “Mar de Galilea”, también llamado “Lago de Tiberíades o de Genesaret”, remando contra el viento y las olas encrespadas. San Mateo es claro en decirnos que ya era de noche, cuando de pronto, Jesús viene a ellos caminando sobre las aguas. “Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: «Es un fantasma», y se pusieron a gritar de temor” (Mt 14, 26). En la Sagrada Escritura, el temor es la primera reacción del hombre cuando Dios se le manifiesta. Frente a Dios, que es Creador, Todopoderoso, y el tres veces Santo (ver Is 6, 3-4), el ser humano experimenta su condición de criatura, de pequeñez, de finitud, y de pecado, y por ello siente miedo.

Una nueva teofanía de Cristo como Dios

Por ello, la reacción de miedo de los Apóstoles, y la respuesta de Jesús llamándolos a la calma, “¡Animo!, que Soy Yo; no temáis” (Mt 14, 27), confirma que estamos, una vez más, ante una “teofanía”, es decir, ante una manifestación divina, en este caso, ante una manifestación de Cristo como el Hijo de Dios vivo. Igualmente, Jesús caminando sobre las aguas, es decir dominando los elementos de la naturaleza, se nos revela como Dios, porque sólo Dios tiene el control absoluto sobre la naturaleza que Él ha creado.

Asimismo, la expresión “Yo Soy”, nos recuerda el nombre con el cual Dios se le reveló a Moisés en el fenómeno misterioso de la zarza ardiendo (ver Ex 3, 14-16). Por tanto, la expresión “Yo Soy” en los labios de Cristo, no sólo quiere significar, “Yo soy Jesús”, sino, sobre todo, “Yo soy Dios”. Es decir, cuando Jesús indica “Yo Soy”, alude a su condición de Segunda Persona de la Santísima Trinidad, de Hijo amado del Padre (ver Mc 1, 11).

Es lo que afirma la conclusión del pasaje evangélico de este Domingo: “Subieron a la barca y amainó el viento. Y los que estaban en la barca se postraron ante Él diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios»” (Mt 14, 32-33). Para los judíos, quienes profesan una fe profundamente monoteísta, la adoración, que se expresa con la postración, sólo se reserva a Dios, tal como enseña el Antiguo Testamento: “Yo Yahveh, soy tu Dios…No habrá para ti otros dioses delante de Mí…porque yo Yahveh, tu Dios, soy un Dios celoso” (Ex 20, 2.5).     

“¡Ánimo! Que Soy Yo; no temáis”. “¡Señor, sálvame!”

Pero el relato evangélico de hoy (ver Mt 14, 22-33), también resalta la reacción de Simón Pedro, quien siempre aparece en los Evangelios como aquel que toma la palabra, y tiene la iniciativa en nombre de los demás Apóstoles. Sabemos que Pedro tenía un carácter audaz, impetuoso y vehemente, carácter que algunas veces lo llevará por el buen camino y otras veces a prometer lo que después no podrá cumplir. Recordemos sino su profesión de fe en la divinidad de Cristo en el camino de Cesarea de Filipo (ver Mt 16, 16), pero también sus tres negaciones durante la Pasión de su Maestro (ver Mt 26, 69-75).

Pero volviendo al relato de nuestro Evangelio (ver Mt 14, 22-33), la reacción de Pedro indica su inicial confianza en Jesús: “Señor, si eres Tú, mándame ir donde Ti sobre las aguas” (Mt 14, 28). Y ante la palabra del Señor “Ven” (Mt 14, 29), Pedro camina sobre las aguas hacia su Maestro. Pero cuando la violencia del viento lo hace dudar, comienza en ese momento a hundirse. Este pasaje del Evangelio describe de una manera muy clara lo que es el acto de fe: Cuando uno confía en la Palabra de Jesús, es decir, cree en Él y le cree a Él, el agua se vuelve sólida y dura bajo nuestros pies, y estamos firmes. Pero cuando aparecen las dudas, y comenzamos a abandonar nuestra confianza en el Señor, inmediatamente comenzamos a hundirnos.

A lo largo del Evangelio, Jesús, ha alabado la fe de muchos, como, por ejemplo, la fe de la mujer cananea (Ver Mt 15, 28), o la del centurión (ver Mt 8, 10), incluso la de su misma Madre, Santa María (ver Lc 11, 28), pero en este caso, el Señor se ve desilusionado.

Ante el grito de Pedro: ¡Señor sálvame!, Jesús le tiende la mano y sujetándolo con firmeza le dice: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?” (Mt 14, 31).     

El Evangelio de Jesús caminando sobre las aguas, nos ofrece algunas ricas enseñanzas y reflexiones para nuestra vida cristiana en estos difíciles tiempos que vivimos. Veamos.

En primer lugar, nos demuestra algo que Jesús había enseñado durante su ministerio público: Todo es posible para el que cree. Cuando alguien se acercaba a Él para pedirle un milagro, especialmente de curación, el Señor solía responder: “Que te suceda como has creído” (Mt 8, 13). Y esto es lo que nos ocurre cada vez que le pedimos algo al Señor: Nos sucede como hemos creído. A menudo creemos poco, pues somos “hombres de poca fe y dudamos”, y por eso obtenemos poco. Debemos entonces tener la humildad de pedir todos los días en nuestra oración al Señor, el don de la fe, tal como se lo pidieron los Apóstoles: “Señor, auméntanos la fe” (Lc 17, 5). El ser humano puede obtenerlo todo del Señor, porque Dios es omnipotente, pero el poder de Dios queda bloqueado ante nuestra falta de fe. Esto fue lo que le pasó a Jesús en su pueblo natal de Nazaret: “Y no hizo muchos milagros allí a causa de la incredulidad de ellos” (Mt 13, 58). A Dios no se acude como una cláusula de salvaguarda, como “por si acaso”, o como una especie de “Plan B”. A Él siempre debemos recurrir en primer lugar, y sobre todo confiar en su Palabra, así como lo hizo el paralítico, cuando Jesús le dijo: “Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa” (Mc 2, 11).

Se requería de mucha fe para confiar en la Palabra del Señor, creer y obedecer. Y el paralítico creyó que Jesús podía sanarlo, y por eso, “se levantó y se fue a su casa” (Mt 9, 2-8). 

Sería bueno preguntarnos: En estos tiempos en que no faltan las pruebas y dificultades, ¿cómo ha estado mi vida de fe? ¿He mantenido mi confianza en el Señor a pesar de todo? ¿Confío en su Palabra y en sus promesas? O más bien, me han asechado las dudas y los miedos. Que el Señor no nos reproche como a Pedro: ¿Por qué has dudado?”, sino que más bien, escuchemos de sus labios que nos dice: “Que grande es tu fe; que te suceda como deseas” (Mt 15, 28).   

De otro lado, encontramos dos enseñanzas muy confortadoras para nosotros que solemos tener poca fe. La primera está expresada en las palabras que Jesús les dirige a sus discípulos: “¡Ánimo! Que Soy Yo; no temáis” (Mt 14, 27), las cuales son toda una invitación del Señor a tener la certeza de que, aún en los momentos más difíciles de la vida, Él está cerca, Él viene a nuestro encuentro, que Él nunca nos abandona. ¿Por qué? Porque simplemente nos ama, y en la Cruz nos ha dejado la prueba suprema de su Amor, la señal más absoluta y cierta de su cercanía siempre amorosa en nuestras vidas, y que, por tanto, aún en la tormenta más terrible, cuando parece que todo se hunde, nunca debemos desesperar, sino confiar y esperar en Él, como lo hizo Santa María a lo largo de toda su vida, pero especialmente al pie de la Cruz. Por ello, a la Madre la llamamos, “la Mujer fuerte de la fe, y de la invicta e inquebrantable esperanza”.

Finalmente, está la enseñanza de que la oración de súplica, de ruego, o de impetración, nunca es desoída por el Señor, como sucede en el caso de Pedro: “¡Señor, sálvame!” (Mt 14, 30). Jesús, no dejó a su Apóstol ahogarse como fruto de su poca fe y de sus dudas, sino que le extendió de inmediato su mano y sujetándolo con firmeza lo salvó. Igual hace hoy con nosotros. Por eso, cuando nos falte la fe, cuando sintamos que todo se derrumba a nuestro alrededor, cuando en nuestra vida estemos ahogándonos en mil y un problemas y dificultades, gritemos, clamemos con fuerte voz al Señor: ¡Jesús, sálvame!, con la confianza de que esta oración no será desoída, y que sentiremos de alguna forma la mano poderosa y amorosa del Señor que nos sujeta y nos levanta, que nos auxilia y nos saca de nuestras angustias. Valemos mucho para Jesús, como para que Él no atienda a nuestro ruego. Tengamos la certeza que Cristo siempre acudirá en nuestro auxilio.

Sobre nuestro Evangelio dominical, nos dice el Papa Francisco: “El Evangelio de hoy nos recuerda que la fe en el Señor y en su Palabra no nos abre un camino donde todo es fácil y tranquilo; no nos quita las tempestades de la vida. La fe nos da la seguridad de una Presencia –no olviden esto: la fe nos da la seguridad de una Presencia, esa presencia de Jesús– una Presencia que nos impulsa a superar las tormentas existenciales, la certeza de una mano que nos aferra para ayudarnos a afrontar las dificultades, indicándonos el camino incluso cuando esta oscuro. La fe, finalmente, no es una escapatoria a los problemas de la vida, sino que nos sostiene en el camino y le da un sentido…La Virgen María nos ayude a permanecer firmes en la fe para resistir a las tormentas de la vida, a quedarnos en la barca de la Iglesia rechazando la tentación de subirnos en los botes fascinantes pero inseguros de las ideologías, de las modas y de los eslóganes”.[1]

San Miguel de Piura, 13 de agosto de 2023

XIX Domingo del Tiempo Ordinario

[1] S.S. Francisco, Angelus, 13-VIII-2017.

Puede descargar el PDF de esta Homilía de nuestro Arzobispo AQUÍ

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