Cartas y Exhortaciones Pastorales

CARTA PASTORAL DEL ARZOBISPO METROPOLITANO DE PIURA CON OCASIÓN DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR JESÚS 2023

Carta Pastoral
Natividad del Señor Jesús

 “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz” 

“Y de pronto se juntó con el Ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes Él se complace»” (Lc 2, 13-14). 

El primer villancico navideño de la historia, no lo cantaron los hombres sino los Ángeles. Ellos fueron los heraldos de la Nochebuena, los primeros anunciadores del “Evangelio” o de la “buena noticia” de la Encarnación-Nacimiento del Salvador. Si hay alguna palabra que pueda ayudarnos a comprender el sentido de la Navidad, ésta es, sin lugar a duda, la palabra “paz”. Lamentablemente, el mundo está viviendo hoy en día una grave carestía de “paz”, y nuestra amada Patria, el Perú, no es la excepción.  Pero, la “paz”, no es una mera ausencia de guerra, de contienda, o de conflicto. Ella brota más bien cuando en la vida personal, social, y entre las naciones, impera la verdad, la confianza, el respeto mutuo, la ayuda, la transparencia, la justicia, la fraternidad, y la búsqueda conjunta por el bien común. La Navidad, hace surgir en nosotros el deseo por la “paz”.

Pero el villancico angélico de Nochebuena nos señala una premisa absolutamente necesaria para que brote la “paz” auténtica y duradera: “Dar gloria a Dios”. Es decir, la “paz” sólo germina ahí donde el hombre afirma a Dios, el Dios de rostro humano, que es Jesucristo, nuestro Señor.

Ahí donde Dios-Amor no es glorificado, el ser humano se desvanece, no tiene futuro ni esperanza alguna porque, “si la luz de Dios se apaga, se extingue también la dignidad divina del hombre. Entonces, ya no es la imagen de Dios, que debemos honrar en cada uno, en el débil, el extranjero, el pobre. Entonces ya no somos todos hermanos y hermanas, hijos del único Padre que, a partir del Padre, están relacionados mutuamente… Sólo cuando la luz de Dios brilla sobre el hombre y en el hombre, sólo cuando cada hombre es querido, conocido y amado por Dios, sólo entonces, por miserable que sea su situación, su dignidad es inviolable”.[1]

Queridos hermanos: En el pesebre yace el Señor Jesús, el Hijo de Dios y de María Santísima. ¡Él es nuestra paz! Él ha anunciado la paz a los de lejos y a los de cerca (ver Ef 2, 14.17).

Por eso, a Él le pedimos en Navidad: Ayúdanos a ser hombres “en los que te complaces”, hombres que te den gloria, personas revestidas con las armas de la fe, la esperanza y el amor, instrumentos de tu “paz”, hombres dispuestos a edificar una sociedad y un mundo más justo, fraterno, y reconciliado en cualquier lugar y ocasión. 

La Navidad es la alegre noticia de la Encarnación

La Navidad es la alegre noticia que Dios se ha encarnado y que el hombre ya no está solo. Es la buena noticia que Dios nos ama y que nos busca sin desmayo para salvarnos. Navidad es el misterio de la Encarnación que reconcilia lo humano y lo divino, sanando las rupturas, fruto del pecado. A través de este misterio de gracia y amor, el Padre nos ha hecho hijos suyos en Cristo, su Unigénito, en quien recuperamos la semejanza perdida por culpa del pecado original, semejanza que nos hace capaces de ser nuevamente personas para el encuentro y la amistad con Dios-Amor, con nosotros mismos, con nuestros hermanos, y con toda la creación.

Por eso, la Navidad es fiesta de alegría y gozo. En efecto, no puede haber lugar para la tristeza, cuando nace aquella Vida que viene a destruir el temor de la muerte, y a darnos la esperanza de una existencia feliz y de una eternidad dichosa.   

¿Qué regalo le ofreceremos al Niño Dios?

Pero hay algo que forma parte de la fiesta de la Navidad: Los regalos. En Navidad, es común que intercambiemos regalos entre nosotros. Pero en esta fiesta santa, no sólo deberíamos pensar en aquello que vamos a regalarnos los unos a los otros, sino, sobre todo, en aquello que vamos a regalarle al Niño Dios, es decir, a Jesús, que nace para ser el Emmanuel, el Dios-con-nosotros.   

A propósito de ello, un antiguo himno litúrgico de la Iglesia oriental reza así:

“Qué hemos de ofrecerte, oh Cristo, que por nosotros has nacido hombre en esta tierra? Cada una de las criaturas, obra tuya, te trae en realidad el testimonio de su gratitud: Los ángeles, su amor; el cielo, la estrella; los sabios sus dones; los pastores, su asombro; la tierra, la gruta; el desierto, el pesebre. Pero nosotros los hombres, te traemos una Madre Virgen”.[2]

A la luz de este hermoso himno, preguntémonos: Y nosotros, ¿qué regalo le ofreceremos al Niño Dios? Si como afirma el himno que hemos citado, Santa María, la Madre Virgen, es el regalo de la humanidad a Cristo, eso significa que el Señor no quiere de nosotros “algo”, sino que más bien espera de nosotros el regalo de todo nuestro ser por medio de nuestra fe en Él. Por ello, en Nochebuena digámosle a Jesús recién nacido: “Creo en Ti, oh mi Buen Jesús. Te amo, te regalo mi corazón, mi vida entera, todo mi ser. Te confieso y te acojo como mi Salvador y Señor, porque fuera de Ti, no hay vida feliz, no hay salvación”. 

Dar “carne y vida” a nuestra fe en Cristo

Pero a nuestra fe en Cristo Salvador hay que darle carne y vida, como nos pide el Papa Francisco.[3] ¿Cómo? No olvidando nunca a los muchos hermanos en quienes el Señor sufre sobre la tierra: Los Niños por Nacer y los ancianos amenazados por los crímenes abominables del aborto y de la eutanasia; los pobres que pasan hambre y frío; los adultos mayores que han sido dejados solos; los enfermos no visitados; los discapacitados ignorados; los jóvenes que experimentan un gran vacío interior sin que nadie escuche realmente sus gritos de dolor; los perseguidos por causa de su fe en Cristo; los encarcelados rechazados; los emigrantes no acogidos; los que padecen el flagelo de la guerra y el terrorismo; y los pecadores oprimidos por el diablo y el pecado. El Hijo de Dios y de Santa María, yace pobre en un pesebre, enseñándonos que la verdadera riqueza no está en las cosas, sino en las personas, sobre todo en los pobres, a quienes el Santo Padre llama “los descartados con guante blanco”.[4]

En Navidad, que Jesús nazca en nuestro corazón

“He aquí que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3, 20).

En Navidad, a cada uno de nosotros se dirigen estas palabras del libro del Apocalipsis. Ellas son toda una invitación a hacernos sensibles a la presencia salvadora del Señor Jesús que viene a nosotros en la Nochebuena. Él, respetuoso de nuestra libertad, llama a la puerta de nuestro corazón pidiendo humilde posada. Pero desgraciadamente, nuestro corazón está tan embotado con los muchos ruidos del mundo, que no podemos percibir y oír la llamada del Señor que, en compañía de su Madre Santa María y de San José, nos llama por nuestro nombre. Así sordos e insensibles a su presencia, llenos de otras cosas, no advertimos lo esencial del espíritu navideño: Él llama a nuestro corazón trayéndonos la verdadera alegría que vence todas las tristezas y dolores del mundo; aquella alegría que llena la vida de felicidad, y que el mundo es incapaz de darnos.  

Cercana ya la noche santa de Navidad recemos así: Señor Jesús, haznos sensibles a tu presencia, ayúdanos a escucharte, a no ser sordos a tu llamado. Ayúdanos a tener un corazón como el de tu Madre, el de San José, y el de los pastores, dispuesto a acogerte con fe y amor, porque como nos advierte el poeta, “aunque Cristo haya en Belén mil veces nacido, si no nace en ti estarás para siempre perdido”.[5]

Sin embargo, el tentador y padre de la mentira, Satanás, nos susurrará al oído en estos días santos: “No seas iluso. Sólo existe el mundo visible. No hay Encarnación de Dios, ni nacimiento de la Virgen. Dios no te ama. Dios no es capaz de actuar en el mundo.[6]

Ante tal tentación, acudamos a la Virgen Madre de Dios, a Santa María, la Nueva Arca de la Alianza, en cuyo seno inmaculado y virginal, el Verbo de Dios se hizo embrión humano, para después darlo a luz en Belén como nos narra el Evangelio: “Y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre” (Lc 2, 7).  

Sólo Ella es capaz de fortalecer el escudo de nuestra fe con el cual podremos apagar los encendidos dardos del maligno (ver Ef 6, 16), y así poder contemplar la gloria de la Navidad y exclamar: ¡Verdaderamente Cristo ha nacido! ¡Verdaderamente Dios se ha hecho hombre! ¡Ya no estamos solos! ¡Ha nacido el Salvador! ¡Dios me ama! ¡Por mí ha venido a la tierra!, y así cantar gozosos:

Hermanos, Dios ha nacido sobre un pesebre, Aleluya. Hermanos, cantad conmigo: «Gloria a Dios en las alturas». 

Desde su cielo ha traído mil alas hasta su cuna. Hermanos, cantad conmigo: «Gloria a Dios en las alturas». 

Hoy mueren todos los odios y renacen las ternuras.  Hermanos, cantad conmigo: «Gloria a Dios en las alturas». 

El corazón más perdido ya sabe que alguien le busca. Hermanos, cantad conmigo: «Gloria a Dios en las alturas». 

El cielo ya no está solo, la tierra ya no está a oscuras. Hermanos, cantad conmigo: «Gloria a Dios en las alturas».[7]

A todos les deseo una muy Santa y Feliz Navidad, y un Año Nuevo lleno de las bendiciones del Señor.

Con mi bendición pastoral, pide sus oraciones para el Papa Francisco.

San Miguel de Piura, 21 de diciembre de 2023
Feria Privilegiada de Adviento

[1] S.S. Benedicto XVI, Homilía de Nochebuena, 24-XII-2012.

[2] “Stikharion” de la Navidad, citado por Joseph Ratzinger en “La Bendición de la Navidad – Meditaciones”. Pág. 97.

[3] Ver S.S. Francisco, Homilía de Nochebuena, 24-XII-2022.

[4] Ver S.S. Francisco, Homilía en el Domingo de Ramos y la Pasión del Señor, 02-IV-2023.

[5] Angelo Silesio, “El Peregrino Angélico”, citado por Hans Urs von Balthasar en “Sólo el Amor es digno de Fe”. Pág. 37.

[6] Ver Joseph Ratzinger, “La Bendición de la Navidad – Meditaciones”. Pág. 99.

[7] Liturgia de las Horas, Himno del 25 de Diciembre, Natividad del Señor.

Puede descargar esta Carta Pastoral de nuestro Arzobispo AQUÍ

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