CARTA DEL ARZOBISPO DE PIURA SOBRE LA DOLOROSA SITUACIÓN DE NUESTROS HERMANOS PERSEGUIDOS EN LA FE
“NUESTRA IGLESIA ES IGLESIA DE MÁRTIRES”
San Miguel de Piura, 23 de abril de 2015
A los Sacerdotes y Diáconos, a las personas Consagradas y a los Fieles Laicos de la Arquidiócesis de Piura y Tumbes:
Reciban un cordial saludo en el Señor Resucitado y Nuestra Señora de la Alegría.
En medio de la alegría de la Pascua quiero dirigirles esta sencilla carta para pedirles a todos ustedes que en sus oraciones tanto personales como comunitarias, no dejen de encomendar a nuestros hermanos cristianos hoy perseguidos y martirizados en varias partes del mundo. Unas conmovedoras palabras de nuestro querido Papa Francisco al final del Vía Crucis del Viernes Santo me han llevado a lo largo de estos días a una especial reflexión. En ellas el Santo Padre le rezaba al Señor Jesús de la siguiente manera: “En Ti, Divino Amor, vemos también hoy a nuestros hermanos perseguidos, decapitados y crucificados por su fe en Ti, ante nuestros ojos a menudo con nuestro silencio cómplice”.
En estos días nuevamente el Papa ha escrito: “No hay ninguna diferencia en que las víctimas sean católicos, coptos, ortodoxos o protestantes. ¡Su sangre es la misma en su confesión de Cristo! La sangre de nuestros hermanos y de nuestras hermanas cristianos es un testimonio que grita para hacerse escuchar por todos los que todavía saben distinguir el bien del mal. Y este grito lo deben escuchar sobre todo aquellos que tienen en las manos el destino de los pueblos”.[1]
Y además ha predicado en su Misa diaria: “Pensemos en nuestros hermanos decapitados en la playa de Libia; pensemos en aquél muchacho quemado vivo por sus compañeros porque era cristiano en Pakistán; pensemos en aquellos emigrantes que en alta mar fueron arrojados por la borda por los otros porque eran cristianos; pensemos en los etíopes, asesinados porque eran cristianos… y en tantos otros. Y muchos otros que no sabemos, que sufren en las cárceles porque son cristianos… Hoy la Iglesia es la Iglesia de los mártires: ellos sufren, ellos dan la vida y nosotros recibimos la bendición de Dios por su testimonio”.[2]
Nuestros hermanos cristianos perseguidos hoy en día sobre todo en Oriente Medio, África y Asia, son nuestro verdadero tesoro. Un tesoro escondido (ver Mt 13, 44). Los matan ante el silencio cómplice de Occidente y muchas veces ante nuestra indiferencia y apatía.
Pero su muerte no es en vano. Es, como afirma Tertuliano, semilla de nuevos cristianos; semilla también para fortalecer nuestra fe en medio del secularismo y el desprecio a lo religioso que plantea la cultura actual. Su martirio nos interpela a que nuestra fe, aquella que decimos profesar, “vale más que la vida” (Sal 62, 4).
Un informe sobre Libertad Religiosa en el Mundo del año 2014, elaborado por la Fundación Pontificia “Ayuda a la Iglesia Necesitada”, concluye que la libertad religiosa está en grave deterioro y que en un tercio de los países del mundo hay un empeoramiento de este derecho. El informe también estima que unos 200 millones de cristianos sufren persecución y 50 millones más no pueden vivir libremente su fe.
Este mismo documento ha destacado que en el nuevo escenario mundial la creciente amenaza del fundamentalismo islámico está sofocando a las minorías religiosas en África, Asia y Oriente Medio. Sólo en las zonas de Oriente Medio los cristianos han pasado de ser de un 20 a menos del 4 por ciento en los últimos 100 años. El derecho a la libertad religiosa, no es un derecho de segunda categoría, sino que es un derecho humano fundamental. Gracias a Dios en el Perú gozamos de libertad religiosa y de culto. Pero imaginémonos por un momento que el drama de nuestros hermanos fuera el nuestro: Que nuestras iglesias y templos fueran destruidos y no tuviéramos la libertad para celebrar la Eucaristía y reunirnos a compartir nuestra fe; que tener una Biblia, una cruz o un rosario fuera un grave delito; que nuestras casas fueran confiscadas por ser cristianos; que tuviéramos que vivir en el destierro como refugiados y ser despectiva y discriminatoriamente tratados como los “nazarenos”; que nuestras mujeres y niños fueran esclavizados y vendidos; que algún familiar o amigo nuestro fuera asesinado por ser cristiano; o vernos tentados a abandonar nuestra fe cristiana bajo amenaza de pena de muerte.
Quisiera ahora compartir algunos testimonios de nuestros hermanos perseguidos y martirizados en la fe que pueden ayudarnos a tomar conciencia del drama y del sufrimiento que ellos viven. Son sólo algunos pocos testimonios que nos hablan de los padecimientos de nuestros hermanos en la fe ante el cual no podemos ser indiferentes:
- Monseñor Bashar Mati Warda, Arzobispo de Erbil en Irak: “Estamos preparados para el martirio”.
- Monseñor Yousif Thomas Mirkis, arzobispo de Kirkuk: “Los cristianos han preferido perderlo todo, pero mantener la fe”.
- Monseñor Oliver Dashe Doeme, Obispo de Mendigori en Nigeria: “Cuando me hicieron obispo, sabía que firmaba mi condena de muerte…En Nigeria tenemos el demonio de Boko Haram, en Occidente el Boko Haram del aborto, el pseudo matrimonio gay y el laicismo”.
- Monseñor Angaelos, Obispo general de la Iglesia Ortodoxa Copta de Egipto: “Cuesta mucho destrozar a un cristiano porque tenemos esperanza”.
- Joseph Fadelle, musulmán convertido al cristianismo: “Algún día conseguirán matarme”.
- Reverendo Padre Luis Montes, sacerdote argentino en Irak: “El 80% de los fieles de mi parroquia han iniciado sus papeles para irse”.
- Pastor Edward Awabdeh (Siria). “No nos vamos a someter a los poderes de la oscuridad yihadista”.
- Mireille Al Farah, joven Siria refugiada en Barcelona: “Celebramos los funerales de nuestros mártires como bodas; son novios que se unen a Cristo…Con las tecnologías del GPS saben localizar los barrios cristianos y seleccionarnos como víctimas. Yo he perdido a trece personas, uno de ellos mi primo Shami, que murió por caerle encima una granada de mortero”.
- Kayla Muller, joven voluntaria estadounidense secuestrada y asesinada por Boko Haram en Nigeria: “Donde hay sufrimiento es mi problema”.
Sí, queridos hermanos y hermanas: “Donde hay sufrimiento es mi problema”. Esto ciertamente vale tanto para el dolor y sufrimiento que a diario encontramos en Piura y Tumbes y que como cristianos estamos obligados a aliviar con nuestra caridad afectiva y efectiva, pero también vale para el sufrimiento de tantos hermanos en la fe hoy perseguidos, desterrados y martirizados por el simple “delito” de ser cristianos.
Al drama de los mártires cruelmente asesinados se suma el silencio vergonzoso e injusto de la comunidad internacional, de las autoridades y de los medios de comunicación que sólo rompe el Papa Francisco con sus constantes declaraciones y predicaciones. Por ello como buenos hijos de la Iglesia, siempre fieles al Papa, tampoco de nuestra parte puede haber un minuto de olvido para quienes hoy sufren persecución religiosa.
Durante el Encuentro Mundial de las Familias de Milán 2012, un Obispo de Oriente Medio me dijo en una de nuestras reuniones: “Por favor dile a tus fieles cristianos que no nos olviden”. Tengo que confesarles con sinceridad que no siempre he sido fiel a este pedido de un hermano mío en el episcopado, pero hoy ante los dolorosos sucesos de los cuales somos testigos, estas palabras me interpelan y cuestionan, y creo que mi deber como Pastor es transmitírselas a todos ustedes.
Muchos me preguntarán, y ¿qué podemos hacer por nuestros hermanos perseguidos? Mi respuesta es simple pero directa: Recurrir a la fuerza y el poder de la oración. Lo primero, rezar, pedirle a Dios que extienda su mano poderosa y los proteja. Rezar para que termine este sufrimiento y drama. Lo segundo: hacer que su dolor sea conocido. ¡No les podemos abandonar!
Por eso les pido que en su oración personal y comunitaria, sobre todo con la visita y adoración al Santísimo Sacramento y el rezo del Santo Rosario, siempre encomendemos a estos hermanos muy cercanos en la fe aunque vivan en zonas geográficas muy distantes de nosotros. Pedir para que el Señor Resucitado y Nuestra Madre Santísima extiendan sus mantos sobre ellos, los protejan de todo mal, fortalezcan su esperanza, y los hagan fuertes en la fe.
Como nos enseñó el Señor Jesús (ver Mt 4, 43-48; Lc 23, 34), recemos también por sus perseguidores, por su conversión del mal y el dolor que están causando. Así lo hizo San Esteban, el primer mártir cristiano quien murió como Cristo, con la magnanimidad cristiana del perdón y de la oración por los enemigos (ver Hch 7, 60).
En este tiempo pascual en que contemplamos al Resucitado que nos muestra sus llagas santas por las que hemos sido curados (ver 1 Pe 2, 25), tiempo en que celebramos la victoria de la vida sobre la muerte, del amor sobre el mal, de la misericordia sobre la injusticia, tengamos la seguridad que el testimonio martirial de nuestros hermanos cristianos unido al de Cristo Resucitado es ya victoria. La última palabra no la tiene el mal y el odio, la tiene el Amor y la Misericordia que tienen un rostro y un nombre concreto: El Señor Jesús, el Hijo de Dios hecho Hijo de Santa María para ser el Salvador del mundo.
Que el testimonio de nuestros hermanos nos haga a nosotros más santos y fuertes en la fe porque ellos con el ejemplo de sus vidas nos enseñan que: “Después que el Salvador resucitó su cuerpo, la muerte ya no es temible. Todos los que creen en Cristo la pisan como si fuese nada y prefieren morir antes que renegar de la fe en Cristo…se burlan de ella y la insultan con las palabras: « ¿Dónde está, oh muerte tu victoria? ¿Dónde está, oh infierno, tu aguijón?»”.[3]
Los bendice y pide sus oraciones,
[1] S.S. Francisco, Mensaje al patriarca de la Iglesia Ortodoxa Tewahedo de Etiopía, 20-IV-2015.
[2] S.S. Francisco, Meditaciones diarias, 21-IV-2015.
[3] San Atanasio, De incarn. Verbi, 20-21.