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«YO SOY LA PUERTA DE LAS OVEJAS»

Arzobispo celebra el IV Domingo de Pascua o del Buen Pastor

03 de mayo de 2020 (Oficina de Prensa).- La mañana de hoy, IV Domingo de Pascua, llamado también Domingo del Buen Pastor, Monseñor José Antonio Eguren Anselmi S.C.V., Arzobispo Metropolitano de Piura, presidió de forma privada la Santa Misa en la Capilla Arzobispal «Nuestra Señora de las Mercedes», que fue transmitida en vivo desde la Página de Facebook del Arzobispado de Piura. 

La Eucaristía fue especialmente ofrecida para pedir al Señor por el aumento de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, con ocasión de celebrarse hoy la LVII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, asimismo se recordó también la «Fiesta de las Cruces», tradición popular que tiene gran arraigo en los pueblos, caseríos, centros poblados y provincias de Piura y Tumbes, del Perú y del mundo entero, donde se venera con mucho amor a la Santísima Cruz.

Durante su homilía, Monseñor Eguren dirigió un emotivo mensaje de reconocimiento y gratitud a los médicos, enfermeras y personal sanitario que vienen trabajando arduamente en los Hospitales y Centros de Salud de Piura y Tumbes, tanto Privados, como del Seguro Social y del Ministerio de Salud, atendiendo especialmente a nuestros hermanos enfermos de Coronavirus (Covid-19). 

A continuación compartimos la Homilía completa pronunciada hoy por nuestro Arzobispo:

“Yo soy la puerta de las ovejas”

Muy queridos hermanos y hermanas en el Señor Jesús:

Tradicionalmente el IV Domingo de Pascua está dedicado a meditar en Jesús, el Buen Pastor, pasaje que recoge el capítulo 10 del Santo Evangelio según San Juan. De los 42 versículos que componen este capítulo, hoy se nos proponen para nuestra reflexión los 10 primeros, que si bien hablan de la figura del pastor, más insisten en la imagen de la puerta: “Yo soy la puerta, quien entre por Mí, se salvará, y podrá entrar y salir, y encontrará pastos” (Jn 10, 9).  

Primero consideremos la imagen del buen pastor y después la imagen de la puerta, para finalmente sacar algunas enseñanzas para nuestra vida cristiana en las actuales circunstancias que vivimos. El buen pastor protege a sus ovejas, por eso las reúne en un redil con cerco. Como el Señor nos dice en el Evangelio de hoy, el pastor legítimo es aquel que entra por la puerta, en cambio el ladrón salta la valla a escondidas con el fin de hacerles daño a las ovejas. Además, el buen pastor conoce a sus ovejas, las llama por su nombre, es decir las ama, las cuida, de manera especial a las más débiles, las conduce a los pastos abundantes y a las fuentes de agua limpia para que tengan vida, y sobre todo las defiende de aquellos que quieren hacerles daño.  

Después de constantes decepciones, porque los jefes y reyes maltrataban y se aprovechaban del pueblo, Israel tenía muy clara la conciencia de que el único que merecía el título de Pastor era Dios mismo, pues sólo Él es el dueño de las ovejas, quien realmente las ama y les da vida. De ahí la razón de ser del hermoso Salmo que hemos cantado después de la primera lectura de hoy: “El Señor, es mi pastor, nada me falta” (Sal 23, 1-4).

Cuando Jesús manifestó durante su ministerio público su amorosa preocupación por el pueblo a través de sus enseñanzas, milagros, y gestos, surgió inmediatamente entre las personas la pregunta: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? (Mt 11, 3), a lo que Jesús respondió afirmando: “Yo soy el Buen Pastor…Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10-11). A los judíos les quedaba claro que Jesús se revelaba como el mismo Dios que había venido a cuidar de su pueblo según la profecía de Ezequiel: “Yo suscitaré para ponérselos al frente, un solo pastor que las apacentará, mi siervo David: él las apacentará y será su pastor” (Ez 34, 23).   Más aún, el Señor expresa con estas contundentes palabras la señal que permitirá reconocer a Dios-Pastor, en medio de su pueblo: “El Buen Pastor da su vida por sus ovejas” (Jn 10, 11). Jesús, nos dio la prueba definitiva de que era el Buen Pastor, muriendo en la Cruz para salvarnos y darnos la vida eterna.  

Pasemos ahora a ver la imagen de la puerta, que es sumamente rica en significado aunque a primera instancia nos parezca un tanto difícil de entender. Cuando Jesús afirma de sí mismo: “Yo soy la puerta” (Jn 10, 9), el Señor quiere decirnos que sólo a través de Él “entramos y salimos”, es decir sólo por medio de Él entramos a la seguridad del redil, a la paz y a la calma, y que sólo por medio de Él podemos salir para encontrar pastos abundantes y agua limpia donde saciar nuestra hambre y sed de felicidad y de eternidad. En otras palabras, sólo Jesucristo es el único Mediador por el que la gracia y la Palabra de Dios alcanzan a todos y por el que nuestra respuesta de fe, nuestra oración y nuestra súplica llega al Padre: “Nadie va al Padre sino por Mí” (Jn 14, 6). La imagen de la puerta significa entonces, que no hay perdón, ni salvación, fuera de Jesucristo, nuestro Señor, el Buen Pastor. Sólo el que pasa por Él, el que cree en Él, entra en la vida y tiene vida eterna. Más todavía, la puerta es una bella imagen de la libertad que alcanzan todos aquellos que acogen a Jesús como su Señor e ingresan por la puerta de salvación que sólo es Él: “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos” (Jn 10, 9).

¿Y qué enseñanzas nos dejan las imágenes del Buen Pastor y de la Puerta para nuestra vida en las actuales circunstancias? Veamos.   

En primer lugar hacernos un examen de conciencia de qué tan buenas ovejas somos de Cristo: ¿Realmente le conocemos no sólo por la fe sino por el amor? ¿Obedecemos su voz y le seguimos? En María Santísima tenemos un buen ejemplo para examinarnos, porque si bien Ella es la Madre del Buen Pastor, es también la más perfecta discípula-oveja del rebaño de su Divino Hijo. Por eso Jesús le hizo en vida la más hermosa de las alabanzas: “Dichosos los que oyen la Palabra de Dios y la guardan” (Lc 11, 28). Nadie como Santa María ha sido la más perfecta oyente, orante y actuante de la palabra de su Hijo. Asimismo, y siempre en la línea del examen de conciencia, si bien el pasaje del Evangelio de San Juan se aplica a los sacerdotes, llamados por Jesús a ser pastores según su corazón y a apacentar y pastorear a su Pueblo en su nombre, todos nosotros de alguna manera estamos revestidos de mayor o menor autoridad y por lo tanto somos pastores para otras personas: los padres de familia para con sus hijos, las autoridades civiles y militares para con su pueblo y personal, el jefe de una empresa o centro de labores para con sus trabajadores, el dirigente vecinal o comunal con su comunidad, etc. Por tanto, mirando a las cualidades que Jesús describe y cumple en el pasaje del Buen Pastor preguntémonos: ¿Somos buenos pastores? ¿Nos preocupamos por los que están bajo nuestra responsabilidad? ¿Buscamos su interés o el nuestro? ¿Nos sacrificamos por aquellos que tenemos bajo nuestro cuidado hasta entregar la vida por ellos? ¿Les dedicamos nuestra atención y servicio? En estos tiempos de pandemia, ¿me esfuerzo por servir y amar olvidándome de mí y de esta manera aliviar el dolor, la necesidad, y la incertidumbre en la que tantos viven hoy en día?   

Quiero esta mañana rendir nuevamente mi homenaje a los médicos, enfermeras, personal sanitario y de seguridad que siguiendo el ejemplo de Jesús, el Buen Pastor, lo están entregando todo, incluso sus vidas para sanar y cuidar a nuestros hermanos enfermos. A pesar de que les falta de todo, que tienen que trabajar en un sistema sanitario calamitoso y colapsado, fruto de la desidia, indolencia y abandono de las autoridades de ayer y hoy, y a pesar de que son muchas veces incomprendidos y criticados injustamente, de que están agotados porque trabajan turnos de catorce horas descansando sólo tres o cuatro horas diarias, están atendiendo con extraordinaria fe, amor, coraje y dedicación a sus pacientes sin buscar nada a cambio. En ellos, sin lugar a dudas, está presente Jesús, el Buen Pastor, amando, cuidando y defendiendo a sus ovejas, especialmente a las más débiles y vulnerables que son hoy en día las enfermas.

En este momento de mi homilía, no puedo tampoco dejar de mencionar y agradecer a los sacerdotes, consagrados y consagradas, que silenciosa pero abnegadamente, están también multiplicándose en la atención de muchísimas necesidades espirituales y materiales de nuestro pueblo, entre ellas la de asistir con los sacramentos a nuestros enfermos, y lo hacen con verdadera misericordia y amor a sus ovejas.      

De otro lado, la imagen de Cristo como la puerta, nos sitúa ante la decisión de aceptar o no a Jesús, como el camino, la verdad y la vida (ver Jn 14, 6), como el único Mediador que da sentido y salvación a nuestra existencia. Dentro de todo lo malo, esta pandemia ha traído cosas buenas, y una de ellas es valorar las cosas que realmente son las más importantes en la vida, y entre ellas nuestra fe en Jesús, el Buen Pastor y la Puerta de la Salvación, como el único que nos da felicidad, seguridad, y nos conduce a los pastos eternos. Mucha gente en estos tiempos está redescubriendo el valor de su fe cristiana y está dándose cuenta que el dinero, el poder y el placer impuro, no dan la felicidad que ofrecían, y por tanto están volviendo a Jesús y a la Iglesia. Ciertamente Jesús es una puerta estrecha y exigente pero como Él mismo nos lo dice: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella” (Lc 13, 24).

Finalmente hoy la Iglesia celebra en el mundo entero la Jornada de Oración por las Vocaciones y hace un llamado especial a orar por las vocaciones sacerdotales y consagradas. El sacerdote está llamado a ser pastor en medio del Pueblo de Dios o como le gusta decir al Papa Francisco, un pastor que esté adelante, en el medio y detrás del rebaño, para que así tenga olor a oveja. El sacerdote recibe un don sagrado para pastorear y apacentar a los fieles en el nombre del mismo Cristo y para darles vida con la Palabra y con los Sacramentos. El sacerdote sabe que siendo Cristo el único pastor de las ovejas, ha sido llamado y escogido por Jesús, sin mérito de su parte, para prolongar en el tiempo la misión del Buen Pastor: enseñar, santificar y guiar a las ovejas de Cristo.

Pidamos hoy para que el Señor suscite muchas vocaciones sacerdotales y también consagradas, para Piura y Tumbes, para el Perú y el mundo entero, para que así sigan cumpliéndose en nuestros tiempos las palabras de Jesús: “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10).    

San Miguel de Piura, 03 de mayo de 2020
IV Domingo de Pascua

Puede descargar el archivo PDF conteniendo esta Homilía del Arzobispo Metropolitano de Piura desde Aquí

Puede ver el vídeo grabado de esta Santa Misa desde Aquí 

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