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NUEVOS DIÁCONOS EN FIESTA DE LA VIRGEN DE FÁTIMA

 13 de mayo (Oficina de prensa).- Con inmensa alegría, cientos de fieles católicos de Piura y Tumbes participaron en la Solemne Misa de la Fiesta de la Virgen de Fátima, donde dos seminaristas de nuestra Arquidiócesis recibieron el Orden del Diaconado de manos de nuestro Arzobispo Metropolitano, Monseñor José Antonio Eguren Anselmi, S.C.V.

La Eucaristía que se realizó en la Basílica Catedral de Piura, estuvo concelebrada por gran número de sacerdotes de nuestra Iglesia particular y contó con la participación de numerosos seminaristas, religiosas, familiares y amigos de los nuevos diáconos.

A continuación les ofrecemos el texto completo de la homilía que nuestro Pastor pronunció en esta ocasión.

HOMILÍA
ORDENACIÓN DIACONAL

Queridos hijos Juan Arturo y César Augusto:

 El día de hoy en que celebramos la fiesta de Nuestra Señora de Fátima, ustedes dan un paso decisivo en su camino al sacerdocio ministerial. Dentro de algunos momentos recibirán, por la imposición de manos, el don del diaconado. Como bien enseña el Concilio Vaticano II, “en el grado inferior de la jerarquía están los diáconos, que reciben la imposición de las manos no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio. Así conformados con la gracia sacramental, en comunión con el Obispo y su presbiterio, sirven al Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la Palabra y de la caridad”.(1)

El don del diaconado
La expresión “no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio”, se entiende como servicio al Obispo, a quien deben profesar obediencia y reverencia, y como servicio a la Iglesia, a la que se comprometen a darle su total amor, adhesión y entrega.

Como diáconos podrán administrar solemnemente el santo bautismo, asistir al Obispo y a los presbíteros en la celebración de la Santa Misa, reservar y distribuir la Eucaristía, asistir al matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia, llevar el viático a los moribundos, proclamar el santo Evangelio y predicar, presidir el rito de los funerales y sepulturas, administrar los sacramentales de la Iglesia, y entregarse a los diversos servicios de la caridad, especialmente con los más pobres y necesitados.

 Les pido que en el ejercicio de la caridad sean “misericordiosos, diligentes, procediendo conforme a la verdad del Señor que se hizo servidor de todos”. (2) Con el diaconado recibirán un carácter indeleble que los configurará de modo especial con el Señor Jesús, “que se hizo diácono, es decir, servidor de todos”.(3)

Para que la vivencia de su diaconado sea auténtica y fecunda y los prepare adecuadamente al sacerdocio ministerial, colaboren activamente con la gracia sacramental que hoy reciben, la cual busca que todo vuestro ser esté impregnado del espíritu de servicio de Cristo. Con el diaconado se busca realizar lo que el Señor Jesús manifestó sobre su misión: “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mc 10, 45; Mt 20, 28). El diaconado los compromete al seguimiento del Señor Jesús, en su actitud de humilde servicio, que no sólo se manifiesta en las obras de caridad, sino que afecta y modela toda la manera de pensar, sentir y actuar. Se trata de participar íntimamente del espíritu de servicio del Señor.

 Queridos Juan Arturo y César Augusto: por el hecho de recibir el orden del diaconado están llamados a distinguirse en la práctica de la vida litúrgica, en el amor a la oración, en el servicio divino y en el ejercicio de la obediencia, la caridad y la castidad. (4) Dedíquense asiduamente a la lectura y a la íntima meditación de la Palabra de Dios; participen cotidianamente de la Santa Misa; visiten diariamente con espíritu de adoración a Jesús Eucaristía realmente presente en el Sagrario; purifiquen frecuentemente sus corazones con el sacramento de la Reconciliación; recen diariamente el Oficio Divino con conciencia y unción; y dedíquenle tiempo al estudio del Magisterio de la Iglesia, de la teología y de las diversas disciplinas eclesiásticas, de modo que puedan exponer rectamente a los demás la doctrina y así instruir y fortalecer el espíritu de los fieles cristianos.

Hoy como signo de su consagración al Señor Jesús, se comprometen a observar por toda la vida el celibato por causa del Reino de los Cielos, para servicio de Dios y de los hermanos humanos. El celibato supone configurarse con Cristo que fue célibe y casto. Con los ojos puesto en el Señor Jesús, encuentren en el celibato un don que los hace libres, que los ayuda en el camino de una mayor personalización y que los hace plenamente disponibles para la vivencia de su ministerio, al tiempo que los impulsa a un amor totalmente entregado a Dios y siempre abierto a los hermanos a semejanza de Jesús y de María. Por ello les pido que amen y cuiden su celibato porque “quien no sabe dominar su concupiscencia es como caballo desbocado, que en su violenta carrera atropella cuanto encuentra, y él mismo, en su desenfreno, se maltrata y hiere”. (5)

 Queridos hijos: tiendan hoy y siempre, a la perfección moral que debe habitar en el corazón de todo ministro sagrado. El Pueblo de Dios espera hoy más que nunca de sus pastores un ejemplo de santidad, de una vida ministerial intachable y fiel.

Con el Papa les digo: “Permitidme que les abra mi corazón para decirles que la principal preocupación de cada cristiano, especialmente de la persona consagrada y del ministro del Altar, debe ser la fidelidad, la lealtad a la propia vocación, como discípulo que quiere seguir al Señor. La fidelidad a lo largo del tiempo es el nombre del amor; de un amor coherente, verdadero y profundo a Cristo Sacerdote”. (6)

Amar filialmente a María Santísima
Reciben su ordenación diaconal en una fecha muy significativa. Un día como hoy hace 93 años, la Santísima Virgen María bajó del Cielo y se apareció en Cova de Iría, Fátima-Portugal, a tres niños pastorcitos: Lucía Dos Santos, y a los beatos Francisco y Jacinta, cuyo décimo aniversario de beatificación hoy celebramos. Ellos vieron sobre una encina a una Señora, toda vestida de blanco, más brillante que el sol, que irradiaba una luz más clara e intensa que la de un vaso de cristal lleno de agua cristalina, atravesado por los rayos del sol más ardiente.

Queridos Juan Arturo y César Augusto: su diaconado y su futuro sacerdocio quedan entonces bajo el signo de Santa María. ¡Qué cosa más hermosa! ¡Qué garantía para vuestra fidelidad y santidad!

 Como Lucía y los beatos Francisco y Jacinta, respondan a la invitación que el Señor Jesús les hace desde lo alto de la Cruz: “He ahí a tu Madre” (Jn 19, 27). Reconozcan a María como Madre y conságrense a Ella; ámenla con los afectos más nobles y puros del corazón; pónganse perpetuamente bajo su protección y auxilio; acójanse hoy y siempre a su maternal intercesión con lazos de profundo amor filial; y profundicen en su Inmaculado Corazón, dejando que la desbordante presencia de Jesús en él llegue a sus propios corazones y así Jesús les enseñe a amar con sus amores: al Padre Eterno en el Espíritu; a María, su Madre y nuestra también; y a los hermanos humanos.

El mensaje de Fátima
El mensaje de Fátima es sencillo y está a la medida de la comprensión de todos, así nos los confirma el hecho que fue confiando a tres humildes pastorcitos de 10, 9 y 6 años de edad.

No obstante se necesita mucha humildad, sencillez y coraje para acogerlo y vivirlo. Podemos resumirlo en tres palabras claves: penitencia, oración y rosario. La Iglesia siempre ha acogido con decisión el mensaje de Fátima porque su contenido se identifica con la verdad y el llamado fundamental del Evangelio: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca: conviértanse (es decir hagan penitencia) y crean en el Evangelio” (Mc 1, 15).

 Es conmovedor ver cómo el mensaje de la Madre en Fátima, se identifica plenamente con las primeras palabras de su Hijo en el Evangelio. Ello manifiesta la identificación y la solicitud de Santa María por la obra de la reconciliación realizada por su Hijo, Jesucristo; obra en la que Ella cooperó activamente con fe y obediencias libres. Ahora bien, el llamado urgente de Nuestra Señora de Fátima a la penitencia, si bien es un llamado maternal, es a la vez es un llamado fuerte, claro y decidido.

El mensaje de Fátima, es la llamada apremiante del amor maternal de María, que en fidelidad a la misión encomendada por Cristo en la Cruz, “Mujer, he ahí a tu hijo” (Jn 19, 26), quiere que todos nosotros, que somos también hijos de su gran fe, no nos condenemos sino que nos salvemos.

La Virgen María vino del Cielo para recordarnos que nuestra relación con Dios es constitutiva del ser humano que fue creado y ordenado hacia Él. Que nuestro destino último es el encuentro plenificador con Dios, Comunión de Amor. En Fátima, María nos advierte que aquello que se opone a nuestra felicidad y salvación es el pecado. Que el rechazo y el alejamiento de Dios hunden irremediablemente nuestras vidas en la mentira, el egoísmo, y la infelicidad; y finalmente nos conduce a la muerte eterna, al infierno.

 María nos previene para no caer en el juego del demonio, el pérfido dragón que “con su cola, arrastró un tercio de las estrellas del cielo y las lanzó sobre la tierra” (Ap 12, 4).

Hoy fiesta de Nuestra Señora de Fátima, reafirmamos que el llamado a la penitencia del Corazón de María de hace noventa y tres años, sigue siendo actual, sigue resonando con fuerza en los inicios de este tercer milenio en que constatamos con dolor que muchas personas y sociedades van lamentablemente en la dirección opuesta al mensaje de Fátima.

Más todavía, el Santo Padre, de visita apostólica estos días en Portugal, ha dicho que la misma Iglesia tiene necesidad de hacer penitencia. Al respecto expresó: “En cuanto a las novedades que hoy podemos descubrir en este mensaje, encontramos que los ataques al Papa y a la Iglesia no sólo vienen del exterior, sino que los sufrimientos de la Iglesia proceden de dentro, del pecado que existe en la Iglesia. Esto se ha sabido siempre, pero hoy lo vemos de una forma aterradora: que la persecución más grande a la Iglesia no procede de enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia. Y por lo tanto, la Iglesia tiene una profunda necesidad de aprender la penitencia, de aceptar la purificación, de aprender el perdón, pero también la necesidad de justicia. El perdón no sustituye a la justicia”. (7)

El mensaje de Fátima, a pesar del dolor que entraña por la realidad del pecado y por su apremiante llamado a la penitencia, está lleno de esperanza, porque ningún pecado puede superar el Amor de Dios Padre manifestado en Cristo Jesús y derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo. Dios no quiere que nadie se pierda, por eso hace más de dos mil años mandó a la tierra a su Hijo a “buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lc 19, 10).

Esta llamada a la penitencia de Nuestra Señora, está unida a la llamada a la oración y en particular a la oración del Santo Rosario, que podemos definir como la oración preferida de María. El Rosario es la oración a través de la cual la Santísima Virgen se siente particularmente unida a nosotros. Más aún, cuando rezamos el Rosario, Ella misma lo reza con nosotros. Con esta oración abarcamos los problemas de la Iglesia, del Papa, del mundo entero, así como nuestros propios problemas y necesidades. Igualmente en el rezo del Santo Rosario recordamos a los pecadores y pedimos por su conversión y salvación y encomendamos a las almas del purgatorio, especialmente a las más necesitadas de oraciones.

 Hacer del Mensaje de Fátima el programa de nuestras vidas
Queridos Juan Arturo y César Augusto: hagan del mensaje de Fátima el programa de sus vidas y así serán ministros santos del Señor, hoy como diáconos y mañana como sacerdotes.

En primer lugar penitencia, la cual surge del encuentro con Cristo que nos invita a la conversión configurante con Él. La verdadera fecundidad apostólica, el anuncio audaz y valiente de Cristo, sólo puede brotar de un corazón convertido que palpite al unísono con el Corazón de Jesús; de un corazón que ame, sienta y vibre con el Señor Jesús. Tengan el celo de la Virgen María por la salvación de todos. Pónganse a su servicio para secundarla en su misión apostólica que busca que toda persona se abra y se adhiera a la persona viva de su Hijo Jesús, el camino, la verdad y la vida. Como los beatos Francisco y Jacinta, busquen en todo consolar y dar alegría a los Sacratísimos Corazones de Jesús y de María, tan dolidos por los pecados del hombre. Ofrezcan diariamente oraciones y sacrificios por la conversión de los pecadores.

A pesar de su corta edad, para Francisco y Jacinta ninguna mortificación y penitencia estaba de más para salvar a los pecadores, ya que como bien dice San Juan María Vianney, el santo Cura de Ars, “si tuviéramos fe y si viésemos un alma en estado de pecado mortal, nos moriríamos de terror”. (8)

 Que además sus vidas se distingan por la oración devota y perseverante. Busquen conformarse con el Señor Jesús, de quien podemos decir que “oraba todo el tiempo sin desfallecer” (Lc 18, 1). La oración era la vida de su alma y toda su vida era oración. Así también con ustedes. La oración realiza en nosotros nuestra transformación en otros Cristos. La oración es entrar en la Luz Divina, que es calor y vida, como bien lo describe el beato Francisco, uno de los tres privilegiados de Fátima, cuando describe su experiencia al verse inmerso en la luz de Dios: “Nosotros estábamos ardiendo en aquella luz y no nos quemábamos. ¿Cómo es Dios? No se puede decir. Esto sí es lo que nosotros podemos decir: Dios es una luz que arde, pero que no quema”.

Finalmente hagan del Santo Rosario su oración predilecta, oración que hoy en día es un tesoro a recuperar. Sean promotores de esta oración a la vez tan fácil y tan valiosa. Oración por medio de la cual recordamos al Señor Jesús con María, comprendemos al Señor Jesús desde María, nos configuramos al Señor Jesús bajo la guía de María, rogamos al Señor Jesús con María, y anunciamos al Señor Jesús con María.

Para terminar quiero expresar mí profundo agradecimiento a cuantos han cuidado de la formación de Juan Arturo y César Augusto a lo largo de estos años en los Seminarios San Juan María Vianney de Piura y Corazón de Cristo del Callao.

Quiero asimismo saludar con afecto y gratitud a sus padres y familiares por el apoyo que les brindan en su vocación y por la entrega que hacen hoy de sus hijos a la Iglesia.

Queridos hermanos: sigamos rezando por ellos quienes a partir de hoy se acercan cada vez más a su ordenación sacerdotal. Que por la intercesión y guía maternal de Nuestra Señora de Fátima, sean siempre fieles y santos ministros de su Hijo Jesucristo. Que así sea. Amén.

San Miguel de Piura, 13 de mayo de 2010
Memoria de Nuestra Señora de Fátima

 

 

(1) Constitución dogmática Lumen gentium, n. 29.

(2) Ibid.

(3) Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1520.

(4) Ver S.S. Paulo VI, Sacrum diaconatus ordinem, n. 25.

(5) San Ambrosio, Tratado sobre las vírgenes, III, 5.

(6) S.S. Benedicto XVI, Homilía en las Vísperas de la fiesta de Nuestra Señora de Fátima, 12-V-2010.

(7) S.S. Benedicto XVI, Entrevista durante el vuelo a Lisboa, 11-V-2010.

(8) Santo Cura de Ars citado por S.S. Juan XXIII, en la Carta Sacerdotii nostra primordia.

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