Navidad
Locales

Exhortación Pastoral del Arzobispo Metropolitano a toda la Iglesia Arquidiocesana de Piura y Tumbes

  con ocasión de la Solemnidad de la Natividad del Señor Jesús

NavidadMuy queridos hermanos y hermanas en el Señor Jesús, el Reconciliador. ¡Gracia y Paz!

Dentro de muy pocos días celebraremos llenos de alegría cristiana la fiesta de Navidad. Si tuviéramos que sintetizar en una frase su sentido más profundo ésta sería que la Navidad es “la alegre noticia que Dios nos ama”. Cercana ya la Nochebuena, pedimos con toda humildad al Señor, que nos haga descubrir y experimentar una vez más la abundancia de su amor para con nosotros, un amor que lo llevó a encarnarse en el seno de María la Virgen y a nacer por nuestra reconciliación. Un amor que lo llevó a anonadarse, a abajarse: “A pesar de su condición divina, Cristo Jesús no quiso hacer de ello ostentación. Se despojó de su grandeza, tomó la condición de siervo y se hizo semejante a nosotros” (Flp. 2, 6-7).

Que nadie se sienta excluido de su amor

En todos nuestros hogares, por humildes que éstos sean, hemos entronizado un pesebre. En torno a él, la familia se reunirá el día santo de Navidad para adorar el misterio de la encarnación-nacimiento del Hijo de Dios. La pregunta que brota espontáneamente es: ¿Por qué Dios quiso nacer en un pesebre? ¿Por qué el Hijo de Santa María quiso nacer entre pajas y animales, en pobreza y soledad? Lo hizo para que nadie se sienta excluido de su Amor, ni siquiera el hombre más desdichado. Lo hizo para que sepamos que todos sin excepción tenemos abierto el camino de la salvación.

A todos como a los pastores hoy se nos anuncia: “Hoy os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor” (Lc 2, 11). Por ello, “que nadie se considere excluido de esta alegría, pues el motivo de este gozo es común para todos. Nuestro Señor, en efecto vencedor del pecado y de la muerte, como no encontró a nadie libre de culpa, así ha venido a salvarnos a todos. Alégrese, pues, el justo, porque se acerca la recompensa; regocíjese el pecador, porque se le brinda el perdón; anímese el pagano, por es llamado a la vida”.[1]

Amemos como Jesús

En Navidad le pedimos al Divino Niño de Belén que llene nuestros corazones con su amor, para que podamos amar como Él nos ama y así ser felices y hacer felices a los demás.

Niño Jesús: ayúdanos a acoger tu amor en nuestras vidas para después irradiarlo a los demás. Libéranos de nuestros egoísmos y envidias, de nuestras divisiones y enfrentamientos, de nuestras indiferencias y violencias. ¡Ayúdanos a amar! Ha amarte a Ti, con el homenaje de nuestra fe y adhesión; y a amarte y servirte en los hermanos, especialmente en los más pobres y necesitados, porque en el hermano es a Ti a quien cuidamos, alimentamos, vestimos, visitamos y confortamos (ver Mt 25, 31-46).

La vida para un cristiano sólo tiene una razón de ser: el Señor Jesús. Por ello todo lo que hacemos lo hacemos por Él.

Al contemplar en Navidad al Niño Dios acostado en un pesebre, entre pajas y envuelto en pañales, en los brazos maternales de su Virgen-Madre Santa María, le preguntamos con asombro: ¿Por qué te encarnaste? ¿No pudiste salvarnos de otra manera?

¿Por qué Tú el intangible, el invisible, el impasible, el eterno, te hiciste palpable, visible, te sometiste a padecimientos, te hiciste temporal? En una palabra, ¿Por qué te hiciste hombre, Hijo de Mujer? Y la respuesta no puede ser otra que la siguiente: ¡Porque el Amor que no se comparte, no es Amor! Y el Señor se ha compartido totalmente haciéndose en todo semejante a nosotros menos en el pecado. El Salvador ya está con nosotros y nos amará hasta el extremo de la Cruz, hasta verse atravesado por la lanza del Centurión (ver Jn 19, 34). ¿Quién puede dudar de su amor?

Que la Navidad renueve en nosotros nuestra esperanza. Hoy nace el Salvador. “Hoy nace aquella vida que viene a destruir el temor de la muerte y a darnos la esperanza de un eternidad dichosa”.[2] El pecado, la muerte, la enfermedad, la pobreza, el sufrimiento, no tienen la última palabra. La última palabra la tiene Cristo, el único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre.

Apostar por la Familia

La Navidad es una fiesta profundamente familiar porque el Señor Jesús quiso escoger una familia como lugar de su nacimiento y crecimiento, santificando así esta institución fundamental de toda sociedad y patrimonio de toda la humanidad. Iluminada por la luz de la revelación, la Iglesia considera a la familia como la primera sociedad natural, titular de derechos propios y originarios y la sitúa en el centro de la vida social.

Relegar a la familia “a un papel subalterno y secundario, excluyéndola del lugar que le compete en la sociedad significa causar un grave daño al auténtico crecimiento de todo el cuerpo social”.[3]

La familia, nacida de la íntima comunión de vida y de amor conyugal, fundada sobre el matrimonio entre un hombre y una mujer, es una institución divina, fundamento de la vida de las personas y prototipo de toda organización social. Ella es la célula primera y vital de la sociedad.

Por ello las familias fuertes se construyen sobre la base de matrimonios fuertes. Y las sociedades y los países fuertes se construyen sobre la base de familias fuertes. Es en la familia donde se inculcan desde los primeros años de vida los valores morales, donde se transmite la fe y el patrimonio cultural de la Nación. Es en ella donde se aprenden las responsabilidades sociales y a vivir la solidaridad. Sin familias sólidas en la comunión y estables en el compromiso, los pueblos se debilitan. Sin familia no hay futuro para el hombre y para el mundo. La recta razón muestra que el futuro de la humanidad pasa a través de la familia que ofrece a la sociedad un fundamento seguro para las aspiraciones del hombre y de la mujer. El futuro del Perú, de Piura y Tumbes depende de la familia. Por ello es tan importante que las leyes y las políticas públicas defiendan y promuevan a la familia y al matrimonio. Su defensa no es cuestión de fe sino de justicia. Fortalecerlas es el mejor antídoto contra el deterioro moral de un pueblo, que añade a la pobreza material la pobreza espiritual que hunde en la desesperanza y disuelve el tejido social.

Ahora que estamos viviendo la Gran Misión Arquidiocesana “Quédate con nosotros, Señor”, invito a todos a un suplemento de audacia pastoral que haga de la familia una de las prioridades de nuestros trabajos evangelizadores, donde su valor sea reivindicado y donde bien constituida sea la institución en la que todos los valores tengan su lugar natural y desde donde se irradien a la sociedad.

Mi llamado apremiante a todas las familias cristianas de Piura y de Tumbes con las palabras del hoy Siervo de Dios Juan Pablo II: ¡Familia, sé lo que debes ser! Sé esa comunidad donde la vida se transmita sin miedo y donde ella se acoja y se defienda desde la concepción hasta su fin natural.

Sé esa comunidad donde se aprenda a amar; donde se cultiven las virtudes como la responsabilidad, la generosidad, la honradez y la fraternidad; donde la fe cristiana se transmita de padres a hijos para que éstos últimos descubran la belleza de lo que significa ser cristiano.

Asimismo mi llamado a las familias a que asistan juntas a la Misa de Nochebuena o del Día de Navidad, ya que la familia que reza y adora unida al Verbo de Dios hecho carne para nuestra reconciliación, permanece unida.

Que María Santísima y San José, nos ayuden a aproximarnos al misterio del Verbo encarnado con profunda fe, reverencia y amor. No nos cansemos de cantar la gloria de Navidad a lo largo del año que pronto comenzaremos: “Oh admirable intercambio. El Creador del género humano tomando cuerpo y alma, nace de una Virgen y, hecho hombre sin concurso de varón, nos da parte en su divinidad”.[4]

A todos les deseo una muy Santa y Feliz Navidad y un Año Nuevo lleno de las bendiciones del Señor.

Con mi bendición pastoral.

+ JOSÉ ANTONIO EGUREN ANSELMI, S.C.V.
Arzobispo Metropolitano de Piura
San Miguel de Piura, 20 de diciembre de 2008
Domingo IV de Adviento

Notas

1. San León Magno, Sermón 1, en la Natividad del Señor.

2. San León Magno, Sermón 1, en la Natividad del Señor.

3. S.S. Juan Pablo II, Carta a las familias, n. 17.

4. Liturgia de las Horas, Antífona de la Octava de Navidad.

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