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MENSAJE EN EL HOMENAJE A LOS SANTOS JUAN XXIII Y JUAN PABLO II EN PIURA

¡SAN JUAN PABLO II, RUEGA POR NOSOTROS!

La canonización del amado Papa Juan Pablo II, el día de mañana domingo 27 de abril en Roma, fiesta de la Divina Misericordia, junto con la de Juan XXIII el papa bueno artífice del Concilio Vaticano II, constituye un gran don para la Iglesia y para el mundo entero. El Papa Wojtyla fue un santo y heroico Pastor. Su profunda fe en que Jesús es el Redentor de Hombre y que sólo Él manifiesta plenamente el hombre al propio hombre, descubriéndole la sublimidad de su vocación, lo llevó con incansable espíritu misionero a viajar por el mundo entero.

El Perú recibió la bendición de su visita en dos oportunidades: 1985 y 1988. Piura lo acogió cálida y multitudinariamente el 04 de febrero de 1985 en Campo de Polo, cerca al Indio, en un extremo del Aeropuerto, en el Distrito de Castilla. Más de 200,000 personas ubicadas en una extensión cercana a 15 hectáreas, escucharon su urgente llamado a la Nueva Evangelización. Perseverante testigo de la esperanza en el futuro, bajo su cayado la Iglesia cruzó con decisión el umbral del tercer milenio, dejándonos una Iglesia más valiente, más libre, más joven que mira con serenidad al pasado, vive con pasión el presente y no tiene miedo al futuro.

Constantemente nos recordó que la santidad, es el alto grado de la vida cristiana ordinaria y que ella constituye la primera de nuestras urgencias pastorales. Fue amigo y maestro espiritual de los jóvenes, a quienes anunció con amor de predilección que sólo Cristo es el único capaz de colmar las aspiraciones más profundas del corazón humano. Fue ardoroso promotor y defensor de la familia fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, en un consorcio para siempre abierto a la vida. Con mirada profética se dio cuenta que el futuro de la humanidad y del tercer milenio se fragua y pasa necesariamente por la familia, y por ello solía afirmar: “Hoy el combate fundamental por la dignidad del hombre gira en torno a la familia y a la defensa de la vida desde la concepción hasta su fin natural”.

Fiel Custodio de la Fe, nos ayudó en estos tiempos de relativismo imperante, a tener una fe clara según el Credo de la Iglesia. De ahí el don que nos hiciera del Catecismo de la Iglesia Católica en el año 1992, y de un magisterio singular y grande que en veintisiete años de Pontificado nos regaló 14 encíclicas, 15 exhortaciones apostólicas, 11 constituciones apostólicas, 43 cartas apostólicas, innumerables catequesis, homilías, discursos y varios libros como teólogo privado. Este fecundo magisterio porta un magnífico corpus doctrinal de incalculable valor, un tesoro que como Iglesia debemos acoger y meditar en orden a la vivencia y testimonio de la fe en el siglo XXI.

Juan Pablo II buscó incansablemente la renovación espiritual de la Iglesia, de ahí la celebración del Año de la Redención (1983), del Año Mariano (1987-1988), del Gran Jubileo del Año 2000, del Año del Rosario (2002-2003) y del Año de la Eucaristía (2004-2005). Fue valiente defensor de la dignidad de la persona humana, de manera especial de los pobres, y entre ellos de los concebidos no nacidos. Fue el gran promotor de la libertad religiosa y de la paz. En síntesis un hombre lleno de coraje en una época de grandes miedos. De ahí su llamado desde el inicio de su pontificado: “Abrid aún más las puertas a Cristo, no tengáis miedo a ser cristianos, a ser hijos de la Iglesia, a hablar de Jesús”.

¿Cómo entender en Juan Pablo II esta inagotable capacidad de darse a sí mismo sin reservas por su misión y por nosotros; primero joven y lleno de fuerzas, y después profundamente marcado por la enfermedad y el sufrimiento? La respuesta nos la dio Benedicto XVI en su homilía durante la Misa de sus Exequias: “El amor de Cristo fue la fuerza dominante en nuestro amado Santo Padre; quien lo ha visto rezar, quien lo ha oído predicar, lo sabe. Y así, gracias a su profundo enraizamiento en Cristo pudo llevar un peso, que supera las fuerzas puramente humanas: ser pastor del rebaño de Cristo, de su Iglesia universal”. Ese amor a Cristo lo aprendió en la escuela de Santa María, de ahí su profundo y tierno amor filial por Ella de quien se proclamó “Totustuus”.

No podemos terminar estas palabras sin recordar dos pasajes de su memorable discurso en Piura el 4 de febrero de 1985 que nos ayudan a comprender a los piuranos el origen grandioso de nuestra Ciudad y Región surgida al calor de la fe cristiana que nos abren a los piuranos de hoy al compromiso por la Nueva Evangelización de nuestras tierras:

“Vengo en peregrinación de fe a las fuentes de la gesta evangelizadora en el Perú, ya que de estas tierras, bajo la protección del Arcángel San Miguel, partieron los pioneros del anuncio de Jesucristo, de su Buena Nueva y de su Iglesia, hacia el vasto territorio del antiguo Imperio Inca. Por ello, desde este lugar, nuestra mente se eleva de modo espontáneo hacia Dios, para darle gracias por la evangelización del Perú, por sus héroes y santos. Y nuestro espíritu se recoge en plegaria, para meditar sobre aquella evangelización y descubrir las exigencias que derivan de la aceptación del Evangelio.

“Pero esa obra evangelizadora no termina nunca. Cada generación cristiana debe añadir su parte de esfuerzo. Sin ello faltaría algo esencial. Faltaría un elemento insustituible a la evangelización del Perú, si faltara hoy un generoso esfuerzo evangelizador. Este es el signo de la fidelidad a Cristo, a su mandato, y es a la vez muestra de vitalidad en la fe de la Iglesia”.

Hoy ya en los altares, podemos tener la certeza que un Santo nos visitó y nos bendijo y por ello le decimos:

¡San Juan Pablo II, a ti que te quiere todo el mundo, ruega por nosotros!

San Miguel de Piura, 26 de abril de 2014.

 

 

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