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ORACIÓN PATRIÓTICA EN EL DÍA DE LA BANDERA 2015

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07 de Junio de 2015 (Oficina de Prensa).- Con ocasión del día de la Jura de la Bandera, así como en conmemoración de la epopeya gloriosa de la Batalla de Arica y de la inmolación del Coronel Francisco Bolognesi, héroe máximo de nuestro Ejército, Monseñor José Antonio Eguren Anselmi S.V.C., Arzobispo Metropolitano de Piura, pronunció una Oración Patriótica ante tal importante fecha, durante los solemnes actos que se realizaron en la Plaza Bolognesi de nuestra ciudad.

A continuación les ofrecemos el texto completo de las palabras que pronunció el Arzobispo de Piura y Tumbes para esta importante ocasión:

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ORACIÓN PATRIÓTICA EN EL DÍA DE LA BANDERA 7 DE JUNIO [1]

 De entre los 1,600 valientes defensores de Arica, se encontraba un joven coronel de apenas treinta y tres años de edad. Su nombre completo, Juan Alfonso Ugarte Vernal, más conocido por todos nosotros como Alfonso Ugarte. Tarapaqueño de nacimiento, fue bautizado el 13 de julio de 1847, en la iglesia parroquial de San Lorenzo de Tarapacá. Siendo muy niño perdió a su padre Narciso y a sus dos hermanos, por lo que desde muy temprana edad conoció lo que era el dolor y la adversidad. Será su madre Rosa, quien influirá decisivamente en la vida y el destino de nuestro héroe. De otro lado, Ugarte vive en medio de todas las comodidades económicas ya que su familia es una de las más ricas del Departamento de Moquegua, del cual formaba parte en ese entonces la provincia peruana de Tarapacá. Su vida transcurrirá entonces entre alegrías y dolores, dinámica, que en el crisol de su fe cristiana, irá forjando en él a un hombre y a un soldado de extraordinario temple y carácter lo cual demostrará plenamente en la Guerra del Pacífico.

Quienes lo conocieron lo describen como un hombre alegre y afable, juicioso y trabajador, sumamente generoso y totalmente entregado a servir a su Patria, el Perú.

Pudo haber sido un “jovencito frívolo y mundano” o un “millonario engreído y vanidoso”, pero fue todo lo contrario: Un joven maduro, amante de su país, de sus gentes y de su cultura, consciente de sus deberes y responsabilidades.

Con menos de treinta años de edad muestra una extraordinaria capacidad para la administración y los negocios por lo que no sólo preserva sino incrementa la fortuna familiar heredada. Lejos de ser un hombre egoísta y ambicioso, sabe que su deber es también trabajar por el bien común y el desarrollo integral de su amado Perú, por ello animado por una profunda vocación de servicio y de solidaridad social, será “un afanoso servidor público”.[2] Con gran sentido de solidaridad socorrerá con su propia fortuna a las víctimas y damnificados del terrible terremoto que destruyó Tarapacá y otras zonas del sur del Perú, el 13 de agosto de 1868, y por ello en virtud de su madurez y entrega desinteresada será elegido en 1876, con apenas 29 años, para hacerse cargo de la alcaldía de Iquique y de la provincial de Tarapacá.

Cuando aquel infausto 03 de abril de 1879, Chile declara de la guerra al Perú, Alfonso Ugarte comprende con toda claridad que su Patria se encuentra en peligro y que lo necesita. Reducir el heroísmo de Alfonso Ugarte a su épica muerte en el morro de Arica, sería injusto. En realidad su heroísmo comienza ni bien empieza la guerra. Doña Rosa su madre, le había enseñado a lo largo de toda su vida que Dios y la Patria eran lo más importante y sagrado.

Por ello y sin titubeos, Ugarte cancela un viaje de negocios a Europa programado desde 1878, y más todavía, pospone su matrimonio con su prima Timotea Vernal. Finalmente decide incorporarse al Ejército y pone su fortuna al servicio de la nación.

Organizó un batallón con su propio dinero, integrado por obreros y artesanos de Iquique. Pagó uniformes, vituallas, caballos, acémilas y armamento. Este batallón recibió el nombre de “Iquique N° 1 de la Guardia Nacional”, y estuvo inicialmente conformado por 429 soldados y 36 oficiales, cuyo mando él asumió. Lo dio todo sin limitaciones por el Perú, como acertadamente anota Basadre.[3]

Debido a su posición social e influencias políticas, Alfonso Ugarte pudo fácilmente evitar pelear en la guerra, pero en cambio escogió combatir y morir como un héroe por su Patria. Pudo anteponer su  tranquilidad y seguridad, pero en cambio escogió la abnegación y el sacrificio por el Perú. Por su lado su madre doña Rosa, dio una lección incomparable a la sociedad tarapaqueña y peruana cuando en una reunión social sus amigas le aconsejaban con vehemencia que convenciese a su hijo, su único hijo varón, a que marchara a Europa y se pusiese a buen recaudo. Mirándolas sorprendidas doña Rosa les contestó: “Si todas las madres peruanas razonaran así… ¿quién defenderá el territorio? ¿Quién pondrá a salvo el honor nacional?… Mi hijo es peruano antes que todo, y cumplirá con su deber”.

¡Qué sublime testimonio de desprendimiento y abnegación inigualables! Muerto su esposo, muerto dos de sus hijos en la más tierna edad, doña Rosa estaba dispuesta a soportar la muerte del más querido en defensa de la Patria. Para madre e hijo, el Perú está por encima de todo.

¡Qué ejemplo para hoy en que muchos anteponen sus intereses personales, de grupo o clase social por encima de los sagrados intereses de la Patria! ¡Qué ejemplo para tantos a quienes el Perú les importa poco o nada y es sólo ocasión para una aventura de poder, de enriquecimiento personal o de retórica vacía! Madre e hijo nos exigen hoy que el Perú no se pierda por nuestra culpa o inacción.

Alfonso Ugarte peleará heroicamente en San Francisco y Tarapacá, pero su persona entrará a la gloria y se inscribirá en la memoria colectiva de todos los peruanos sin lugar a dudas en Arica. Herido, con el cráneo infectado y con una fiebre altísima, guío a sus soldados por los calichales en la retirada de Tarapacá a Arica. Llegado a Arica es internado en el hospital. Su estado era grave y delicado. La herida había empeorado, la infección se había agudizado, el cuadro febril no cedía y para colmo cayó enfermo de malaria. La guerra podía haber tranquilamente terminado para él en ese momento. Podía haberse retirado con honores. Nadie podría reprochárselo. Pero no. Cuando le propusieron que se retirase de la guerra y viajara a Arequipa a recuperarse, él se negó rotundamente.[4]

Sólo la muerte lo alejaría de su puesto de combate. Su tenacidad y amor por el Perú, hicieron que recobrará la salud. La debacle del Alto de la Alianza el 26 de mayo de 1880 tampoco hizo que cambiara su forma de pensar de “quedarse en su puesto” junto a sus compañeros de armas, dando así un hermoso ejemplo de compañerismo y amistad.

Así se lo expresará a su primo Fermín Vernal en una carta que le escribe: “Aquí en Arica estamos solamente dos divisiones de nacionales defendiendo este punto, y aun cuando somos tan pocos…tenemos que cumplir con el deber del honor defendiendo esta plaza hasta que nos la arranque a la fuerza el enemigo. Ese es nuestro deber y así lo exige el honor nacional. Estamos resueltos a resistir con toda la seguridad de ser vencidos, pero es preciso cumplir con el honor y el deber”.[5]

Ciertamente influía en su espíritu, como en el de los abnegados defensores del Morro, el ejemplo de ese curtido y veterano militar de carrera, ejemplo de valor que era el Coronel Francisco Bolognesi Cervantes. Bolognesi era para él y para todos, un maestro, un guía y un padre. Bolognesi supo despertar de inmediato la admiración y la devoción en todos sus subordinados. A pesar de sus años, desafiaba a la muerte como un joven. Bolognesi, Ugarte y los demás oficiales y soldados de Arica eran de la misma estirpe: Eran patriotas, eran héroes, eran peruanos.

Ya antes de la histórica respuesta al mayor chileno Juan de la Cruz Salvo, Bolognesi había expuesto a sus oficiales el 28 de mayo de 1880 su voluntad de cumplir fielmente con las órdenes recibidas y defender la Plaza hasta el último cartucho. Todos los asistentes comenzando por Ugarte secundaron a su Jefe con un categórico “Sí” que hizo retumbar la habitación.

Unos días después Alfonso Ugarte ofreció una sencilla cena al Coronel Bolognesi y a toda la plana de oficiales, comida que ha sido calificada como “El Juramento  de los Héroes”. A la hora del brindis Ugarte se puso de pie, desenvainó su espada, la puso sobre la mesa e invitó a todos los presentes a desenfundar las suyas y ratificar el juramento que habían realizado en la Junta de Guerra de morir antes de rendirse. Todos pusieron sus espadas sobre la mesa en forma de cruz y repitieron el juramento. Sublime ejemplo de unidad tan propicio en los actuales momentos en que somos testigos de un país exasperado y dividido por las dolorosas luchas fratricidas entre peruanos que se ven en la política, la agitación social y la corrupción.

Lo restante es ya historia dolorosamente conocida por todos nosotros. Con una abrumadora superioridad en hombres y armamento, el Ejército Chileno se lanzó a las 5.30am de la mañana del día 7 de junio a la captura del Morro de Arica. 6,500 hombres perfectamente entrenados y equipados contra 1,600 peruanos mal pertrechados y con escasas municiones. El asalto, a pesar de la heroicidad de nuestras tropas, resulta incontenible.

En el campo quedan inertes los cuerpos de los heroicos Justo Arias y Aragüez, Ricardo O’Dónovan, Ramón Zavala, Joaquín Inclán y tantos otros. Palmo a palmo los heroicos defensores quedaron arrinconados en las alturas del Morro. Ahí Bolognesi, More y Ugarte escribirían su última página de amor al Perú con la tinta de su sangre. Bolognesi y More morirán en la cima.

En cambio el joven tarapaqueño tomando la bandera peruana clavada en la cima y picando a su blanco caballo lo arrojó del Morro al océano gritando con toda su alma: “A mí, ni a mí caballo tocaréis, lo juro. ¡Viva el Perú!”. Así murió Alfonso Ugarte. Ni él ni la bandera cayeron prisioneros. Tierra y mar fueron así consagrados como tierra sagrada.

El escritor chileno Jorge Inostroza Cuevas, en su conocida obra “Adiós al Séptimo de Línea” escribirá rindiendo homenaje a la inmolación de Ugarte: “Al galope nervioso de su caballo, sereno como en unas maniobras abandonó Alfonso Ugarte el reducto protector y dio vuelta en torno, para ir hasta los artilleros y fusileros que estaban a espaldas del cuartel, sobre la arista del morro que da al mar. A una voz suya, todos los fusiles enmudecieron y los soldados, al volverse, pudieron contemplar la soberbia estampa del coronel iquiqueño, recortada en el vértice del peñón contra el telón de fondo del océano. Le vieron también cómo, con un gesto resuelto se desprendió de su capote y lo echó sobre la cabeza de su caballo. Luego, irguiéndose, sobre los estribos, gritó con toda su alma ¡Viva el Perú! y picando espuelas se lanzó al vacío. Con un grito de estupor estrangulado en las gargantas, peruanos y chilenos, vieron al altivo jinete volar, como en un caballo alado y describiendo una impresionante parábola, ir a estrellarse contra las puntiagudas rocas asomadas en la espuma del mar que azota los pies del morro”.[6]

¿Cómo entender una personalidad tan madura y heroica como la de Ugarte? ¿Cómo explicar su capacidad tan elevada para el servicio, la solidaridad, la amistad, el compromiso, el deber, el sacrificio y su amor tan puro por el Perú?

Sin lugar a dudas la explicación la encontramos en su fe cristiana. Por ello nuestro joven Coronel escribirá en su testamento ológrafo abierto el 08 de julio de 1880: “Declaro que soy cristiano, que profeso y creo en la Religión Católica y que vivo y muero en tal creencia” (pág. 15). Fue sobre los cimientos de su fe católica y el responsable cultivo cotidiano de la misma, donde Ugarte construyó el edificio de su extraordinaria personalidad y particular grandeza y heroicidad.

Compatriotas, hoy en que evocamos la memoria de Bolognesi, de Ugarte y de los héroes de Arica, juremos fidelidad a la Bandera Nacional y con ello al Perú. Ellos con su inmolación en el altar del Morro salvaron el honor de la nación. Nosotros con nuestra entrega diaria a la Patria, hecha con honestidad, laboriosidad, justicia y fraternidad juremos servir al Perú y no servirnos de él, y prometamos hacerlo hasta el último cartucho de aliento de nuestras vidas. Amén.

 

San Miguel de Piura, 07 de junio de 2015.
Día de la bandera

 

[1] Bibliografía principal: Alejandro Tudela Chopitea, “Guerra del Pacífico Alfonso Ugarte de la Leyenda a la Realidad”.

[2] Jorge Basadre, Historia General de la República”, pág. 2434.

[3] Jorge Basadre, ob.cit., pág. 2435.  

[4] Jorge Basadre, ob.cit., pág. 2435.

[5] Gerardo Vargas Hurtado, La Batalla de Arica, pág. 260-261.

[6] Jorge Inostroza, Adiós al Séptimo de Línea, T. III, pág. 279.

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