Reflexiones Litúrgicas

MEDITACIÓN DEL ARZOBISPO METROPOLITANO DE PIURA EN LA FIESTA DE NUESTRA SEÑORA DE FÁTIMA

“Tenemos una Madre, una Señora muy bella”

Queridos hermanos y hermanas:

El día de hoy quisiera dedicar esta tercera meditación mariana a reflexionar con ustedes en la aparición de Nuestra Señora de Fátima, ya que el día de mañana se cumplen 103 años de la aparición de la Virgen. El 13 de mayo de 1917, la Santísima Virgen María bajó del Cielo y se apareció en Cova de Iría, Fátima-Portugal, a tres niños pastorcitos: Lucía Dos Santos, y a los santos Jacinta y Francisco Marto, cuyo tercer aniversario de canonización celebraremos también mañana. Ellos vieron sobre una encina a una Señora, toda vestida de blanco, más brillante que el sol, que irradiaba una luz más clara e intensa que la de un vaso de cristal lleno de agua cristalina, atravesado por los rayos del sol más ardiente.  

Con ocasión de esta aparición mariana y en estas horas de dolor y de pandemia, reconozcamos una vez más a María como Madre, y renovémosle nuestra consagración. Como Lucía y los santos Jacinta y Francisco, respondamos a la invitación que el Señor Jesús nos hace desde lo alto de la Cruz: “He ahí a tu Madre” (Jn 19, 27). Amémosla con los afectos más nobles y puros de nuestro corazón; pongámonos ahora más que nunca bajo su protección y auxilio; acojámonos a su maternal intercesión con lazos de profundo amor filial; y profundicemos en su Inmaculado Corazón, dejando que la desbordante presencia de Jesús en él llegue a nuestros propios corazones y así el Señor nos enseñe a amar con sus amores: al Padre Eterno en el Espíritu; a María su Madre y nuestra también; y a nuestros hermanos, especialmente los enfermos, los más pobres y los más vulnerables.   

El mensaje de Fátima es sencillo y está a la medida de la comprensión de todos. Así nos los confirma el hecho de que fue confiado a tres humildes pastorcitos de 10, 9 y 6 años de edad. No obstante se necesita mucha humildad, sencillez y valor para acogerlo y vivirlo. Podemos resumirlo en tres palabras claves: penitencia, oración y rosario. La Iglesia siempre ha acogido con decisión el mensaje de Fátima porque su contenido se identifica con la verdad y el llamado fundamental del Evangelio: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca: conviértanse (es decir hagan penitencia) y crean en el Evangelio” (Mc 1, 15).   

Es conmovedor ver cómo el mensaje de la Madre en Fátima, se identifica plenamente con las primeras palabras de su Hijo en el Evangelio, mensaje que cobra renovada necesidad y actualidad para los actuales momentos que vivimos. Ahora bien, el llamado urgente de Nuestra Señora de Fátima a la penitencia, si bien es un llamado maternal, es a la vez es un llamado urgente, claro y rotundo.

El mensaje de Fátima, es la llamada apremiante del amor maternal de María, que en fidelidad a la misión encomendada por su Hijo en la Cruz, “Mujer, he ahí a tu hijo” (Jn 19, 26), quiere que todos nosotros, que también somos hijos de su gran fe, no nos condenemos sino que nos salvemos.   

La Virgen María vino del Cielo para recordarnos que nuestra relación con Dios es constitutiva de nuestra condición humana, ya que fuimos creados por Él y para Él, y nuestro destino último es el encuentro plenificador con Dios, Comunión de Amor. En Fátima, María nos advierte que aquello que se opone a nuestra felicidad y salvación es el pecado; que el rechazo y el alejamiento de Dios hunden irremediablemente nuestras vidas en la mentira, el egoísmo, y la infelicidad, y finalmente nos conduce a la muerte eterna, al infierno. María nos previene para que no caigamos en el juego del demonio, el pérfido dragón que “con su cola, arrastró un tercio de las estrellas del cielo y las lanzó sobre la tierra” (Ap 12, 4). Hoy en la víspera de la fiesta de Nuestra Señora de Fátima, reafirmamos que el llamado a la penitencia del Corazón de María, de hace ciento tres años, sigue siendo actual, no ha perdido vigencia, y sigue resonando con fuerza hoy en día en que constatamos con dolor que muchas personas y sociedades van lamentablemente en la dirección opuesta al mensaje de Fátima.  

Esta epidemia nos está recordando lo que Nuestra Madre nos dijo: De que es tiempo de volver a Dios con todo nuestro corazón, porque sin Él no somos nada, pero con Él lo somos todo. Como les escribí en mi Carta Pastoral de marzo pasado: “Esta pandemia nos está reclamando que seamos humildes y que volvamos a Dios con más intensidad, porque sin Él, el hombre se desvanece. El verdadero antídoto contra todo mal es saber abandonarse al amor del Señor, es volver de nuevo a aprender a reconocer a Dios como fundamento de nuestra vida. ¡Si el ser humano camina junto a Dios, es capaz de cambiar su vida y el mundo!”, y esto, queridos hermanos y hermanas, no es otra cosa que vivir la dinámica de la penitencia: vivir para Dios-Amor y para los demás, y no para el pecado.   

El mensaje de Fátima, a pesar del dolor que entraña por la dura realidad del pecado y por su apremiante llamado a hacer penitencia, está lleno de esperanza, porque ningún pecado puede superar el Amor de Dios Padre, manifestado en Cristo Jesús y derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo. Dios no quiere que nadie se pierda, por eso hace más de dos mil años mandó a la tierra a su Hijo a “buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lc 19, 10). Queridos hermanos: hagamos del mensaje de Fátima el programa de nuestras vidas. En primer lugar penitencia, la cual surge del encuentro con Cristo que nos invita a la conversión configurante con Él y que nos conduce a pensar, sentir y actuar como Él, el camino, la verdad y la vida (ver Jn 14, 6).

Pero además de penitencia por nuestros pecados, y siguiendo el ejemplo de los santos Jacinta y Francisco hagamos también penitencia por los pecados de aquellos que en vez de convertirse endurecen sus corazones y se cierran a la misericordia divina. De esta manera confortaremos y daremos alegría a los Sacratísimos Corazones de Jesús y de María, tan dolidos por los pecados del hombre. Penitencia entonces por nuestros propios pecados pero también por los pecados de los demás. Ofrezcamos diariamente oraciones y sacrificios por la conversión de los pecadores. A pesar de su corta edad, para los santos Jacinta y Francisco, ninguna mortificación y penitencia estaba de más para salvar a los pecadores, ya que como bien afirma San Juan María Vianney, el santo Cura de Ars: “Si tuviéramos fe y si viésemos un alma en estado de pecado mortal, nos moriríamos de terror”. 

Fieles al mensaje de Fátima, que nuestras vidas también se distingan por la oración devota y perseverante. Busquemos ser como el Señor Jesús, de quien podemos decir que “oraba todo el tiempo sin desfallecer” (Lc 18, 1). La oración era la vida de su alma y toda su vida era oración. La oración realiza en nosotros nuestra transformación en otros Cristos. La oración es entrar en la Luz Divina, que es calor y vida, así lo describe Francisco, uno de los tres pastorcitos de Fátima, cuando narra su experiencia al verse inmerso en la luz de Dios: “Nosotros estábamos ardiendo en aquella luz y no nos quemábamos. ¿Cómo es Dios? No se puede decir. Esto sí es lo que nosotros podemos decir: Dios es una luz que arde, pero que no quema”.

Finalmente hagamos del Santo Rosario nuestra oración predilecta, oración que hoy en día es un tesoro a recuperar. Seamos promotores de esta oración, sobre todo en familia, oración a la vez tan fácil y tan valiosa; oración por medio de la cual recordamos al Señor Jesús con María, comprendemos al Señor Jesús desde el Corazón Inmaculado y Doloroso de María, nos asemejamos a Cristo bajo la guía de María, le rogamos a Jesús con María, y anunciamos a Jesucristo, Nuestro Señor, con María. 

Nunca hay que olvidar que la llamada a la penitencia de Nuestra Señora de Fátima, está unida a la llamada a la oración del Santo Rosario, que podemos definir como la oración preferida de Santa María. El Rosario es la oración a través de la cual la Santísima Virgen se siente particularmente unida a nosotros. Más aún, cuando rezamos el Rosario, Ella misma lo reza con nosotros. Con esta oración abarcamos los problemas de la Iglesia, del Papa, del mundo entero, especialmente ahora en estos tiempos de peste, así como nuestros propios problemas y necesidades. Igualmente en el rezo del Santo Rosario recordamos a los pecadores y pedimos por su conversión y salvación, y encomendamos a las almas del purgatorio, especialmente a las más necesitadas de oraciones.

“Tenemos una Madre, una Señora muy bella”, comentaban entre ellos los tres videntes de Fátima mientras regresaban a casa aquel bendito 13 de mayo de hace ciento tres años. ¡Sí, hermanos, tenemos una Madre!, y aferrándonos a Ella como hijos, vivamos de la esperanza que se apoya en Jesús.

Bajo su manto, no nos perderemos; de sus brazos y manos vendrá la esperanza, la paz y la salud que necesitamos, y que hoy suplicamos para todos, en particular para los enfermos de “Coronavirus”, los encarcelados y los desocupados, los pobres y los abandonados. Hoy más que nunca le rezamos la oración que tanto le agrada: el Santo Rosario.

San Miguel de Piura, 12 de mayo de 2020
Vísperas de la Memoria de Nuestra Señora de Fátima

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Puede ver el video grabado de esta Meditación Mariana Aquí

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