Homilías Dominicales

HOMILÍA DE ARZOBISPO METROPOLITANO DE PIURA EN EL XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

«La lógica de Dios es el amor generoso»

El Evangelio de hoy (ver Mt 20, 1-16a), nos presenta la parábola de los trabajadores o jornaleros convocados a trabajar en la viña. Jesús la cuenta para enseñar dos aspectos centrales del Reino de los Cielos: El primero, que Dios busca a todos con solicitud, más aún, a todos nos llama a trabajar para su Reino. El segundo, que al final quiere dar a todos la misma recompensa, que es el don de la salvación, la vida eterna.   

Veamos ahora con atención la parábola. Jesús compara el Reino de los Cielos con un señor que sale a primera hora de la mañana a contratar obreros o jornaleros para trabajar en su viña, acordando con ellos el pago de un denario al día, que como bien sabemos era el salario adecuado y justo en los tiempos de Jesús para un día de trabajo. El propietario, volvió a salir a las 9, a las 12 y a las 3 de la tarde, y viendo cada vez más gente en la plaza sin trabajo, les dijo: “Vayan también ustedes a mi viña y les daré lo que sea justo”. Por último, salió a las 5 de la tarde y encontró otros que habían estado todo el día parados sin trabajar, e igualmente a éstos les dijo: “Vayan también ustedes a mi viña”. Todos estos trabajadores pasan por la difícil situación que significa el desempleo, realidad que hoy sufren millones de peruanos que en los últimos meses han perdido sus puestos de trabajo. Hasta aquí todos comprendemos la bondad de este señor que ofrece una fuente de trabajo a estos desempleados y la bendición que éstos tienen de poder llevar un sustento a sus hogares.

En la parábola es conveniente destacar una frase que emplea el señor cuando contrata a los jornaleros a lo largo del día: “Les pagaré lo que sea justo”. Los trabajadores, por su parte, confían en la bondad del propietario de la viña.

Llega el final del día, es decir el momento del pago, y aquí el dueño de la viña realiza otro gesto asombroso y conmovedor que excede a la justicia: Comienza a llamar a los obreros, partiendo por los últimos, es decir por los que han trabajado apenas una hora y les da un denario a cada uno, es decir el pago por una jornada entera de trabajo. Es ciertamente un regalo y un gran acto de generosidad. Imaginemos la alegría de estos trabajadores. Trabajaron apenas una hora y reciben el pago como si hubieran trabajado todo el día. Y lo mismo hace el propietario con todos los demás jornaleros. Entonces ocurre lo impensado: La protesta. Los que trabajaron desde el inicio de la jornada, “murmuraban contra el señor”, diciendo: “Estos últimos no han trabajado más que una hora, y les pagas como a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y del calor”. El señor, siempre bondadoso y generoso, le contesta al que encabeza el reclamo llamándolo “amigo”, y añade: “No te hago ninguna injusticia. ¿No te ajustaste conmigo en un denario? Pues toma lo tuyo y vete. Por mi parte, quiero dar a este último lo mismo que a ti. ¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O va a ser tu «ojo malo» porque yo soy bueno?”. El «ojo malo» es una expresión hebrea para indicar un estado maligno del espíritu, porque el ojo es como el espejo del alma. Aquí quiere indicar la envidia, es decir ese sentimiento de tristeza y de infelicidad por el bien y la felicidad ajena.  

La envidia es un pecado contra la caridad, porque la caridad se alegra con el bien dondequiera que éste exista, ya sea en uno o en el prójimo. La envidia, en cambio, se entristece ante el bien ajeno y por ello se opone a la caridad (ver 1 Cor 13, 4). Los jornaleros de la primera hora debieron alegrarse de que sus compañeros convocados en la última hora recibiesen el mismo salario que ellos, como un acto de bondad y generosidad del dueño de la viña, quien ciertamente tenía amplia libertad para decidir sobre sus asuntos. ¿A quiénes representan estos jornaleros llamados al final del día? Representan a los pueblos gentiles que fueron invitados a la fe después de Israel. El llamado a los jornaleros de las 5 de la tarde, nos simboliza entonces a nosotros que no formamos parte de Israel, pero a quienes también se nos ha llamado a la fe y a la salvación en Cristo. Es lo que afirma San Pablo cuando dice: “Los gentiles son también coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del Evangelio” (Ef 3, 6).

En este punto de nuestras reflexiones podemos sacar algunas lecciones. En primer lugar, lo que Jesús quiere enseñarnos con esta parábola es que la lógica de Dios es la lógica del amor, de un amor que es gratuito y generoso en abundancia. Un amor que siempre toma la iniciativa en nuestras vidas, porque Él nos ha amado primero como bien afirma San Juan: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4, 10).

La parábola es toda una invitación a dejarnos asombrar por el amor magnánimo del Señor, el cual se diferencia muchísimo de nuestra forma de proceder, a menudo marcada por el egoísmo, la mezquindad, la injusticia, y los intereses personales y de grupo, como lo hemos visto con dolor estos días en nuestro querido país. En cambio, el Señor, quien siempre procede con justicia y misericordia, da a todos su amor, y lo da con generosidad y sin medida. La parábola de los viñadores nos da una clave que nunca debemos olvidar: En nuestra vida todo es gracia.

Frente al obrero que le reclama al Señor un mayor pago porque ha trabajado toda la jornada, podemos afirmar que ninguno de nosotros puede exigirle nada al Señor, o exhibir mérito alguno para reclamarle algo, pues por un acto libre de sobreabundancia de amor nos creó para compartir con nosotros su misma vida divina y felicidad. Y cuando pecamos, no se resignó a que nos perdiéramos, sino que de manera aún más asombrosa nos salvó, saliendo a nuestro encuentro en la persona de su Hijo Unigénito, a semejanza del propietario de la viña que salió a buscar jornaleros durante todo el día. Si revisamos bien nuestra vida, descubriremos asombrados que está llena de innumerables favores y gracias que hemos recibido y recibimos constantemente del Señor (ver Jn 1, 16). Con el apóstol San Pablo podemos preguntarnos: ¿Qué tenemos que no hayamos recibido? (ver 1 Cor 4, 7). Como decía, en el fondo todo es gracia, todo es don. Nuestra actitud frente al Señor debe ser siempre la de la gratitud y nunca la del reclamo, ya que sin mérito de nuestra parte nos ha amado y nos sigue amando en el Señor Jesús, su divino Hijo.

En todo caso, si algo necesitamos, siempre podemos pedírselo con nuestra oración humilde, sabiendo que Él nunca nos niega nada de lo que le solicitamos con fe, siempre y cuando sea para nuestro bien y el de los demás. Dios, es siempre bueno y generoso con cada uno de sus hijos. El Señor nos da su amor y gracia sin medida.   

Otra enseñanza que nos deja la parábola de hoy es ver la solicitud y preocupación del propietario de la viña que sale a todas horas a buscar trabajadores. Sale al amanecer, a media mañana, a mediodía. Y vuelve a salir al caer la tarde. Es que al Señor le interesan todos y no quiere dejar a nadie abandonado. Quiere que todos se sean felices y se salven.

¿Y de dónde sale? Sale de sí mismo para ir al encuentro de los demás. Al ver en la imagen del dueño de la viña cómo Dios-Amor nos busca con locura, la parábola nos urge a salir del encierro de nuestro “yo”, que es un encierro infinitamente más triste y doloroso que el confinamiento de estos meses de  pandemia, porque el encierro del “yo” nos hunde en el egoísmo, en ese triste mundo que empieza y termina en nosotros, un mundo que no conoce el amor, el servicio, y la alegría de dar. Nunca hay que olvidar que la persona humana es imagen y semejanza de Dios, y Dios es Amor y el Amor es donación. Por eso el hombre no podrá encontrar nunca su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás.[1] Toda la persona de Jesucristo es el amor de Dios entregado por nosotros hasta el extremo y sin límites.   

Finalmente, una última enseñanza que nos deja la parábola de hoy radica es descubrirnos llamados a trabajar en la viña del Señor, es decir, a trabajar por el Reino de los Cielos, Reino de la verdad y la vida, Reino de la santidad y la gracia, Reino de la justicia, el amor y la paz. Ciertamente cada cual está convocado a trabajar por el Reino desde su propia vocación y estado de vida. Con esta llamada y este envío recibimos el más grande honor, el gozo más pleno, que consiste en trabajar para Dios mismo, quien tiene para nosotros un nombre y un rostro concreto: Jesús de Nazaret.   

Somos entonces, invitados a tomar parte en los duros trabajos del Evangelio (ver 2 Tim 1, 1-8), a evangelizar a tiempo y a destiempo, a gastarnos y desgastarnos en favor del cuidado de la viña de Dios, que es su Iglesia, con el mismo amor y ternura de su Dueño, sin escatimar nada y sin reservarnos nada, dedicados al servicio del Reino de Dios y de la salvación eterna y la promoción humana de nuestros hermanos, buscando en todo amar y servir, sin buscar ningún interés espurio o subalterno, haciéndolo todo por amor al Señor y a nuestro prójimo, con especial predilección por los pobres, los más vulnerables, y los pecadores.  

Que María Santísima nos ayude a acoger en nuestra vida la lógica del amor, que nos libere de la envidia y de la presunción de merecer recompensa alguna, y que, como Ella, salgamos de nosotros mismos para ponernos al servicio del Reino de Dios, de la Iglesia y de los hermanos.

San Miguel de Piura, 20 de septiembre de 2020
XXV Domingo del Tiempo Ordinario

[1] Ver Constitución Pastoral, Gaudium et spes, n. 24.

Puede descargar el archivo PDF de esta Homilía de nuestro Arzobispo desde AQUÍ

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